La negación
Le pidió sólo un beso. Un gesto repetido, común y hasta automático entre ellos. Le pidió tomarse de las manos, como lo habían practicado una y mil veces. Le pidió caminar cerca (demasiado cerca) uno del otro.
Le pidió, le exigió, le demandó con nerviosismo y absoluta impertinencia que lo dejase apretar su pálido y suave (demasiado suave) cuello. Y ella a todo dijo sí, como siempre lo había hecho. Sí. Una afirmación que había repetido por años.
Pero cuando él comenzó a apretar, a estrujar, cada vez más tenso, sólo una palabra monosílaba acudió sin miramientos a su casi exigua garganta, luego de siglos plagados de impuestas afirmaciones.
No….y todo se volvió niebla.
Añoranzas
—Tengo nostalgia de cosas que no he vivido —susurró María, pausadamente (no había prisa ahora).
—Y yo extraño lugares a donde nunca estuve …y ya nunca estaré —Le confesó Elena, con una voz arrastrada por el viento.
María, Elena, Paula, Victoria, Teresa y muchas otras (lista infinita) extrañarán sumidas en sombras, cosas, lugares, momentos que no pudieron ni podrán jamás vivir. Porque la nostalgia es lo único que queda, cuando la vida es aplastada por el silencio de la muerte…
Mis muertos
No me dan miedo los muertos que caminan siempre a mi lado. No me dan miedo sus rostros vacíos, el andar cansino de sus inexistentes pasos. No me asustan sus quejidos, sus lamentos constantes por sus cuentas pendientes. Tampoco me atemorizan las puertas que se cierran y abren solas, cuando ellos llegan al lugar y cuando todo se convierte en un solo escalofrío.
No les temo. En cierta forma, los comprendo. Y es por eso que ellos me siguen. Saben que acepto la compañía y no cuestiono nada. Quieren transitar mi vida para volver a sentir aquello que les fue arrebatado.
Respeto sus silencios, sus enojos, sus ausencias momentáneas. Río cuando están de mal humor y arrojan cosas. A veces gritan en mitad de mi noche, me despiertan y reclaman atención. A veces me mueven la cama, me tiran las sábanas al piso, susurran mi nombre, enfrían toda la habitación.
Yo, como buena psicóloga, trato de apaciguarlos y hacerlos sentir valorados. Les pregunto qué les pasa, qué necesitan, y entonces se calman por un rato. Son como niños que solo quieren un poco de atención.
Y es por eso que no les temo, ¿cómo podría?
Siento que mis muertos me pertenecen, son parte fundamental de mi triste vida.
A la única cosa que temo, que realmente temo, es a la maliciosa soledad. La soledad, que de seguro me invadirá cuando ellos, mis muy queridos muertos, decidan marcharse para atormentar a otro pobre mortal.
Entonces sí, sabré lo que es el verdadero miedo.
Adriana Guadalupe Lucero, licenciada en Letras, profesora de Música y de italiano, investigadora y escritora, nació en San Miguel de Tucumán, el 17 de enero de 1983. Entre sus publicaciones se destacan: “El Guardián” (2011), a través del Plan Nacional de Lectura; “Un preludio” (2011), en la antología de relatos Acaso la Vida, de la Editorial Dunken, el libro de cuentos Extraña Presencia (2013), Entre Sombras y sueños (2015), Vuelta al deseo en cuarenta mundos (2017), antología narrativa autogestionada De esto no se habla (2019) y trabajos de investigación publicados en Libros y Actas de Congresos, Simposios y Jornadas. Actualmente se desempeña como docente de italiano en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT, en el ISMUNT y es personal adscripto en la Dirección Artística de Letras del Ente Cultural de Tucumán.
2 ideas sobre “Tres microrrelatos de Adriana Lucero”
Ya los conocia y sigue siendo grato escucharlo y ahora leerlos, felicidades Adri!
Geniales los microrrelatos!!!