Cinco poemas de Arcadio Valentín Herrera Arvay

(1)
Amor de las mañanas
y se amaban, como dos copitas de vino en una noche tranquila, con una lunita limpia en la ventana/ 
que miraba serena la sombra de dos manos acercándose peligrosamente, sin tener siquiera conciencia de que ese amor fácilmente traería problemas a los que no [aman], y a los que aún [amando], ansiosos, se reclamaban lo que siempre, _amor fragante. amor de las mañanas. / 
/amantes de los buenos. de ratos varios y sin andarse llamando, sino encontrándose sin querer, uno llegando el otro viniendo, y los pies descalzos en arena fresca, tocándose entre sábanas de mar./ la flaca. el flaco. los dos como hojitas secas sonando en otoño, riendo en primavera; brillando./ la flaca, el flaco; dos luces de autos. no importa cuánto o qué, se encontraban, perdiéndose como un escritor que ya lo hizo posible. / [Cortazar versión siete.
(2)
atemperan tus latidos el llano horizonte sin dichas ni desdichas
espíritu de las buenas cosas, ¿dónde claman tus ardores?

si yo, hombre del desierto,
camino hacia tu copa,
¿harás beber mis sueños,
donde siempre abrevan las ilusiones?

espíritu de los ardores, si hoy duermo, ¿soñaré lo que no he hecho, y lo que tengo lo pierdo?

y si te tengo a mi lado, ¡oh, en la tempestad y en la gloria!
es pronta la bienaventuranza, ¿o somos escarcha en nuestra noche?

de todas las formas,
yo verte a tí quiero.

que en las madrugadas,
tu perfume pueda recordar,

y si entonces, 
atemperado,
te mire sin ropa,

tus pechos,
tus manos,
tu silueta en la ventana,
como gato en celo,

como dos hojas,
blancas que piden mi pluma,

y decore de bocetos
mis sentimientos

podamos dormir en paz.

rescatar del suelo,
lo que el sueño no quiere,

y de la nostalgia,
encontrar un gramo de esperanzada alcoba,

aquella donde todavía duerme el niño,
y se atempera la diosa,

que sonriente espera,
sin tener reloj,

pues es la serenidad que acompaña a la brisa,
la misma que entumece de placer la hoja y la flor,

la sombra y la luz,

que en su juego y danza,
terminan por trenzar la misma melodía,
que canta,
en el silencio,
siempre la misma nota.

_¿no es verdad, que nos amamos?

cuando perdamos el júbilo,
¿seremos todavía amados?_

y si entonces, sin tener cuenta,

¿tendremos oro en la mano?

o todo lo dicho, ¿será en vano?

por eso,

espíritu de la noche, 
¿rezan aún, o claman los que ora rompen el tiempo con su ánimo de fieras siempre alerta?

(3)
/la común unidad: 

Eran, de verdad, hermanos;
¿verdad?
esa es una pregunta retórica, 

pues hermanos eran,
en un simple y reposado estar,

contemplando la naturaleza con estrellas 
con el suave viento que acariciaba los rostros,

los rostros de los hermanos,
los rostros de los árboles,

las pestañas de los árboles,
sus hojas perladas;

las madres de los hermanos,
las hermanas de los hermanos,

las mismas caras en la luna, las estrellas,
y el sol, 
astro dirigente, 

de una impaciente naturaleza que empieza a crecer cuando nadie la espera llegar;

hermanos, duendes, criaturas nocturnas,
insectos, la capa muerta de un otro que se iba,

y otro que llegaba;

cuánta sabidura, en un gramo de arroz,
de quinoa,
de amaranto,

los hermanos,
en el remanso del río,
se bañaban cultivando la sonrisa,

en la común unidad,
de llanto una caricia; 

en la común unidad,
en el salvaje espíritu,

un acorde,
un canto acorde al natural estar de la estepa y el bosque;

de la llanura y el monte;

así era la común unidad, 
¿verdad?
esta es una respuesta retórica,

pues los hermanos se pelearon,
una vez;

y dejando el suelo estar,
ni las lágrimas de los más jóvenes la hicieron volver,

los hermanos,
en la discusión eterna,

otro fue hacia el lado contrario,

el más sabio se enfrentó a la codicia,
el otro más tonto, se enfrentó a la bondad.

No hay otra raza,
más pudiente que la nuestra,

le decía el viejo Mármol cuando el hacha quería cortar su fibra,

la mano del hombre que la hilvanaba,
suelta la herramienta y se lastima,

el otro hermano,
más impaciente 

remite al fundamento de la ciencia,
y coharta el existir latente de la naturaleza,

por desgracia las ávidas caricias de un ser,
le vaticinan un incendio,

una cruenta muerte.

los hermanos.

los hermanos suavizan con sus penas,
el hambre de un mundo inquieto,

los hermanos.
con sus dudas,

hacen de un escrito,

la posteridad de la vida;

los hermanos,
míranse otra vez,

en el rostro último de aquel quien advierte él,
traición.

el facón,
la punta,
el brillo último del cristal roto,

entra en la carne,

atraviesa fibra por fibra,
y delimita la vida.
la vida ya es la muerte.

¿volverán los hermanos?

no lo sé. 

volverán cuando tengan hambre,
de quererse mutuamente,

como obrados por la misma mano.

escribe el que ama,
desaforadamente,
el primor de la tierra.

[¿dónde encuentro el rostro de mi madre sino en las tinieblas de los huecos y hondonadas a donde cavilan los que han perdido el talento de sentirse útiles y raudos en la vida peregrina?] 

naide sabe.

usted menos.

sores y soras, 

cánticos nocturnos,
grupos humanos,
sosteniendo la antorcha vital del cielo.

hay una gran y hermosa danza,
previa al nacimiento.

quien quiera oír,
calle.
una vez.

luego el silencio le dirá dónde oír,
pues los pensamientos también hablan.

[lo demás es opinión.]

salud.
(4)
ARCANO MENOR DEL MEDIO:
sabes, hermano, nuestra realidad,
una composición reumática,

necesita del canto.

necesita, sabes hermano,
de una forma natural.

es, la forma del decir.
 
si tu no dices _tú das por entendido que la 
realidad es lo que es_

pero sabes, hermano,

cuando tú, expones, dices; 

cuando tú, dices,
entonces aprietas el gatillo.

del fusil salen flores,
lo dice la pintura y el arte contemporáneo,

del fusil, hermano,
aparecen tus ideas.

cuando tú dices, estoy bien,

tú no dices,
tú emites,
lanzas fuegos,
tú comunicas con la energía.

de todas formas, 
el callar es decir, hermano;

y la realidad, reumática
 enferma, sin tener propósito,

algunos, lo sabios idiotas,
creen en la verdad.

y los otros, los sabios androides,

creen en la mentira,

¿quién es más idiota, el que piensa o el que 
transcribe la idiotez desde una superficie 
inmaculada que es el territorio virgen de los 
poetas?

¡ah! qué avaricia, hermano.
el premio ni el consuelo serán dado,
al que gravite sobre la escarcha,

pues hay que introducirse en la materia.

comerse el bocado,
enterrar los pies en la nieve,

y sentir el frío.

sentir el calor.

creerse el más sabio, no es cuenta propia,

es la evolución,

[¿el latido del pecho es el ritmo natural de 
los vientos?]

nadie sabrá explicar la naturaleza,
sino sintiéndola.

y las palabras,
¡oh! calambre del cuerpo,

¿has entendido el medio?

no vivas en la ternura,
únicamente;

el dolor,
como goce,
habla el idioma de los diablos,

aquellos,
arden como mandan los fuegos.

la poesía es arma,

sí, ella es el gatillo,
hermano.

[he cumplido.]
(5)
El muro de la verdad: 
es curioso, porque cuando la consciencia da un salto, 
el vuelo del pájaro se mantiene, así;
así se mantiene, sin mirar abajo, pero si ocurre, 
seguir con la vista al frente y no perder la calma.

/aquí es donde empezó al historia. antaño, las fauces del lobo comieron el último bocado,
y alguno de los huérfanos subsumió a la belleza del dolor.
 
¿has visto, entonces, renegado hijo de los vientos, el mullir del águila y el cóndor que paseaba sin tener aviso? /

dirás que no, por supuesto,
y en esa racha mala que tuviste,
acariciar el borde lejano del alma,
de algún niño que éramos,
y somos,
¿lo ves?

sí, algo.

en ese algo,
donde herrumbrada el alma tosca,
pide a gritos salvación,
se ve,
tranquila,
el ave que deambula y se mece en el jardín del interior.
quiero que oigas,
ese canto sereno,
que sin sorpresa
acaba por mascullar
los dulces sentimientos
del corazón.
oportuno,
lágrimas sueltas como un fantasmas sin capa,
¿dónde quedó el torbellino?

se lo ha llevado,
el silencio mismo,
tras la espera
de este instante.

entonces, mientras lees el relato,
¿te has imaginado todo el rato lo que ha pasado tras la bambalina?
no.

entonces no es el momento,
pero si así lo fuese,
¿mirarás el reloj?

no.

eso está bien.
/
aquí empezó la historia,
de retazos y madrugadas,
ahí empezó,
serena la historia,
donde dulce caía del árbol.

Arcadio Valentín Herrera Arvay: Tiene veintiocho años. Nació en Córdoba; vive en La Rioja. 


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *