«Días de barro» o como viajar al núcleo profundo de Tucumán

En este último mes pachamamesco, Miguel ha publicado su segundo libro titulado Días de barro, en donde narra de manera clara y precisa historias del arrabal sin caer en el golpe bajo o en el fetichismo de la pobreza. En estas nuevas páginas encontraremos historias que reflejan la realidad de la barriada; nos toparemos con relatos en color sepia con pinceladas esperanzadas de que mañana es un día nuevo y por ende una oportunidad para hacer las cosas mejor, para cambiar la mala suerte que nos persigue como perro de sulky. En más de una veintena de cuentos el negro nos muestra una realidad de callecitas de tierra, son cuentos de gente de a pie, de vecinos laburantes, de changuitos callejeros. Historias que están en constante movimiento porque nos interpelan como lector y nos involucran en cada una de ellas. 

Sin palabras rebuscadas, ni metáforas estrafalarias el autor de Días de barro nos atrapa con cada uno de sus personajes: tipos entrañables de cada barrio o pueblo, amores inalterables que nos quitan el sueño y hasta la historia del maestro Isauro Arancibia (asesinado por la dictadura cívico-militar) vista desde los ojos de un niño. Todo el libro es una apuesta a la esperanza, un claro guiño a la ternura que nace en los márgenes de las ciudades, esos márgenes en donde el negro escribe, creando su propia forma y escencia, siendo prolijo, atrapante y real.

Leer Días de barro es recorrer nuestra América profunda y reconocer que las historias existen si existen quienes saben contarlas y Miguel Santillán es un especialista en el tema.

Pase y lea, ría y llore en este micro universo que el autor recrea de manera detallada y entretenida porque este libro es de esas cosas de las que uno nunca sale indemne, de donde uno siempre sale salpicado con El color de las cosas simples.

Carlos Miguel Santillan

La flor de loto o el negro de once de marzo

El negro es el pseudonimo de Carlos Miguel Santillan, un obrero de la palabra. Su vida con las letras es como un capítulo de la Rosa de Guadalupe: un niño criado en el barrio 11 de Marzo en medio de necesidades, alterna los juegos de la infancia con trabajos informales; tempranamente aprende la risa y aprende el dolor; aprende el abecedario y cuanto sale el kilo de cobre en el chatarrero de la esquina.  “Vine buscando cobre y encontré oro” dice el meme y la frase le queda pintada a la historia: en el medio del basural entre bobinados y chatarra encuentra un libro percudido y sucio, con paciencia lo limpia y lo acaricia con una ternura que desconocia. Detras del barro se vislumbra Las aventuras de Tarzán  y el negro se sienta a leerlo; nota que le faltan páginas y en voz alta inventa finales hasta que el sol empieza a ocultarse. Para ese entonces el pequeño niño se sabe de memoria cada hoja, en su retina están tatuadas las ilustraciones y vuelve al barrio con la boca llena de historias para contarle a sus amigos. Algo nuevo ha nacido en él. 

Burroughs escribió Tarzán en 1912 y después hizo 23 secuelas. Miguel Santillán leyó Tarzán en los ´70 y narró como 300 secuelas imaginadas en su cabeza: la carrera de las historias había comenzado. A través del peregrinaje por otros libros y los años venideros, Miguel empieza a gastar lápices en papeles sueltos, afina el filo de sus palabras y logra con sus cuentos pegarte un cross en la mandíbula y un mimo al corazón.

El negro crece y patea las calles, salta de trabajo en trabajo con libros en la mochila y cuentos en la garganta. Anda de acá para allá, perro andariego, vagamundo. Escribe febrilmente durante los remansos del día y a mitad de la noche hace anotaciones bajo la luz de una lamparita y el murmullo de su esposa Claudia. Escribe sin dejar de narrar: por donde pasa siembra un cuento y su voz oficia de alfombra mágica. 

Durante mucho tiempo Miguel transita con sus cuentos bajo el brazo, escritos a mano, a máquina o en computadora, pero con la firme convicción de ser publicados, pero 

editar un libro es complicado y hay de todo en la viña del señor: truhanes que trafican con el sueño de imprimir un libro, comerciantes de la palabra, entusiastas sin compromiso, monstruos de la industria y otros mercachifles. Por suerte, en medio de tanta fulería, hay gente del bien. Trabajadores incansables de la palabra que habilitan espacios a escritores de la región. En ese ir y venir el negro se cruza con lxs chicxs de Monoambiente editorial, quienes rápidamente comenzaron a trabajar con sus textos y a darle forma al primer libro de cuentos El color de las cosas simples (que tuvo gran aceptación con el público, llegando a una sexta edición). Este año -pandemia mediante- salió Días de barro (Casa Editora Duplex) en una especie de continuación del primero.

Yo le recomiendo a usted, señor, señora, amigue, que lo lea al negrito, porque sabe transformar todo en un relato, en un cuento, en una historia que merece ser contada y tiene el tino, la delicadeza de saber como contarla. Si esto no le es suficiente motivo les dejo algunas otras razones:

Porque el negro es un cuento inventado al pie de la cama para bajarle la fiebre a tu hija de cinco años cuando la casa es solo un cúmulo de desesperación.

Porque el negro es la anécdota inmensa cuando termina el fútbol en el potrero de la esquina. 

Porque el negro es la historia no contada del barrio.

Porque el negro es el recuerdo del mate cocido con bollo. 

Porque el negro es el arrullo de canciones de cunas que nunca fueron escritas.

Porque el negro es el orgullo de la clase obrera.

Porque el negro es el martillo y la pluma.

Prólogo de  Días de barro

Con obstinada perseverancia -el negro, nuestro querido negro- va entretejiendo historias que desembocan en el nacimiento de este segundo libro, para constatar de manera irrefrenable el poder de uno de sus múltiples oficios: el de escritor. Miguel realiza con su memoria un ejercicio exhaustivo, minucioso, milimétrico para fusionarla con su capacidad de imaginar y narrar historias. El resultado es un cross a la mandíbula y un mimo al corazón, palo y a la bolsa. Los cuentos que pueblan estas páginas están cargados de un coloquialismo tucumano que rompe las barreras del lenguaje -prístino y pacato de la academia-  y lo universaliza de tal manera que termina siendo un pedazo de nuestra américa profunda: por aquí las palabras recorren las barriadas de Tucumán -que bien podría ser Cali o el Distrito Federal de México- transformando aquellos fragmentos rotos en una sinfonía donde podemos reflejarnos e identificarnos. Gracias a la obsesión por el contenido y la forma, el autor revela con irreverente alegría los pormenores y pesares que se suceden en los anillos más alejados del casco céntrico de las grandes ciudades. Miguel escribe desde el arrabal, saltando los márgenes del renglón y de la vida; sus cuentos serpentean por calles de tierra, recogen historias de vías y rancheríos destartalados, a veces se encuentran cara a cara con la pobreza estructural pero se sale del eje, no sigue el camino marcado por los durmientes del tren y descarrila en una tierna carta de amor, en el fútbol, en el tango, la guerra o la emperrada porfiadez del amor. Los cuentos que nos regala el autor nos invitan a desandar el camino de marquesinas y consumo que nos propone el mercado para volver al lugar de donde nunca debemos irnos: la felicidad.

Este libro también nos da pistas para descubrir que el negro habrá crecido: algunas canas se le amotinan en el valero y las arrugas amenzan con instalarse defnitivamente al costado de sus ojos, pero al final de cuentas sigue siendo aquel changuito alegre que contaba historias para calmar los puñetazos que la vida convidaba e intentar pintar aquellos días de barro con el color de las cosas simples.

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