En los dominios de la libertad. Dos libros de Alejandra Bosch

Alejandra Bosch es una escritora y gestora cultural santafesina que lleva adelante, junto a su hijo Julián, la editorial artesanal Ediciones Arroyo, cuyos libros son fabricados con material reciclable y con los versos de grandes poetas de todo el país (Aníbal Costilla, Susana Slednew, Claudia Masin, Juan Vitulli, Liliana Ancalao, Maximiliano Spreaf, Augusto Munaro, Marx Bauzá, Hugo Luna, Loreley El Jaber, Julieta Lopérgolo y Elena Anníbali, entre muchxs otrxs).

Sabio el pájaro (Editorial Deacá) y Dominios: gatos y albañiles (Viajera Editorial), de Alejandra Bosch, despliegan una poética que se construye, podría decirse, de manera complementaria. Entre uno y otro, ambos aparecidos en 2020, hay una continuidad fluida, que permite leerlos como un relato en dos momentos. Gaby de Cicco hace hincapié precisamente en esta idea del relato, con connotaciones heroicas, al calificar a Sabio el pájaro, en su contratapa, como una “épica personal”. Las epopeyas, como nos enseñan los testimonios clásicos, están hechas no sólo de batallas, asedios y combates, sino también de viajes, de huidas, de regresos, de partidas reincidentes, tras la victoria o la derrota, en busca de nuevas tierras y oportunidades, en busca, en definitiva, de la posibilidad de echar raíces y establecerse, que no significa, sin embargo, quedarse quietx.

En Sabio el pájaro, el país de la infancia y la adolescencia, con sus marcas y recuerdos como pasajes de ida y vuelta, son objeto de constantes visitas. En la casa donde crecimos está el mapa del tesoro y el tesoro mismo (“Hay una calle principal / en un barrio de la ciudad donde nací / que tiene el mapa del tesoro”). Ella es el punto de partida obligado de nuestros relatos de vida, y también el punto de llegada y retorno. A esa casa -o a lo que queda de ella tras el paso de los años- se vuelve siempre, física y mentalmente, hecho que le imprime a la vida y a este libro una circularidad que podríamos calificar de prolija, si no fuera porque la vida y las epopeyas, afortunada o desafortunadamente, no suelen pecar de prolijidad.

Así como se organiza una expedición en busca de la infancia perdida, también se parte a buscar la libertad, el tesoro más importante en estas páginas, según De Cicco. Esa búsqueda es el motor que anima cada desplazamiento, cada viaje, y desemboca irremediablemente en la adquisición de sabiduría, una sabiduría un tanto agridulce, que puede resumirse en una serie de constataciones, algunas de ellas muy prácticas (“El poroto negro se cocina / en olla a presión”) y otras más filosóficas (“Escapar de los lugares / no sirve de nada”). Una de estas certezas adquiridas postula la necesidad de los inventarios, y de la literatura como inventario, para mantener la cordura (“Un inventario para no / enloquecer una mañana de domingo / en un pueblo de la costa, mi casa”). Versos después, sin embargo, el postulado se contradice y se revela, por lo tanto, como una certeza incierta, paradójica (“Los inventarios no son necesarios. / Sólo las camas nos protegen / de la intemperie / en ellas vivimos para siempre”).

Al final del viaje, de todos los viajes, la sabiduría también se condensa en esa sensación de que hay que arraigarse, acompañada inevitablemente por la idea de la posesión y de la propiedad (“encontré un lugar / y digo, es mío”), que se plasma en el penúltimo poema del libro. Y la propiedad, hay que decirlo, encuentra su expresión en los inventarios, que no son otra cosa que la lista de las cosas que tenemos: un lugar, una casa, un nido, una cama.

Ahí reside justamente el puente que une Sabio el pájaro con Dominios, como si el segundo libro fuera la necesaria extensión del primero. Porque los dominios son esos territorios que nos pertenecen o sobre los que ejercemos nuestro derecho de propiedad, noción que se especifica y relativiza al mismo tiempo en el segundo poemario. Los albañiles que construyen la casa -esa casa con la que sueña la mujer de la dedicatoria del libro- no son dueños de la camioneta en la que se desplazan, que pertenece a los contratistas, ni de los martillos, ni de los andamios. Los albañiles sólo son dueños “de la pericia / y de las horas quemadas”.

A su vez, la conquista de la nueva casa, el dominio sobre ella, esta signado por la fragilidad y la incertidumbre (“Me preocupa el techo / (…) y me asusta no reconocer / los ruidos de la casa”). El agua desbordada, la inundación amenaza constantemente esos dominios. Los gatos (sus gatos), sin constituir necesariamente una amenaza, se adaptan más rápido que la mujer recién mudada y van delimitando su territorio, apropiándose del ajeno (“dejan sus firmas / alambran mi espacio / se adueñan de los cuartos / entre ronquidos”). También la araña invade, dulcemente (“una araña pasea por el mosaico blanco / y es tan bella su conquista / que dejo, se apodere de mi casa”). Porque los dominios sólo son territorios que se conquistan (“Tenga cuidado con las plantas / -le digo, al gordo- / los girasoles, el ceibo, aquellos malvones / señalo los lugares del afuera / que conquisté para mí”), susceptibles, por lo tanto, de ser reconquistados, disputados, negociados, cedidos total o parcialmente. Aquella épica personal que parte del primer poema de Sabio el pájaro, compuesta por viajes y aventuras, desemboca (¿concluye?) en los versos de Dominios, con esa necesidad de arraigo, ya anticipada en el primer poemario, y ese deseo de reposo, en un espacio propio, que pueda figurar en un inventario, aunque éste, en definitiva, no sirva para nada: “Ya no sueño con viajar. / Sueño con árboles latiendo en mi jardín”.

Otros libros de la autora

Para conocer más sobre este proyecto editorial:    

https://www.infobae.com/cultura/2021/02/26/ediciones-arroyo-la-editorial-santafesina-que-transforma-el-plastico-en-arte/

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El Ganso Negro

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