Advertido sobre el caudal creativo de la autora y avisado por un título como el de Afuera están los perros, me propuse leer esta obra desde el supuesto que abordaba una construcción simbólica profunda. Así, de a poco, de a mucho, y no en el orden lineal que proponen las páginas, mi presunción arribó a la certeza de que se trataba de un poemario constituido por un decir no común, a veces críptico, a veces de una llaneza abrumadora, pero que encarna en la palabra un decir que no intenta argumentar o explicar, sino representar lo innombrado y aún lo innombrable.
Desde el primer verso “Hace miedo aquí dentro”, ya como título o primer verso del poema y contrariando la sintaxis, la autora propone una geografía diferente en lo poético. Por ejemplo, propone reconsiderar la casi sentencia de María Teresa Andruetto sobre que “la poesía es un lugar” posicionando a su decir no como un sitio entre límites, sino en un borde; un borde desde donde expone el horizonte de sí misma ante la finitud de su cuerpo, acaso porque “el erotismo habita en los bordes” según Roland Barthes; acaso, porque desde allí resignifica convocar a (su) intimidad a alguien ausente convertido en distancias.
Acaso también, porque desde ese borde pudo inquirir sobre las trampas del lenguaje hasta definir y cito: “Debajo del significante hay nada”, afirmación que de manera concluyente J. Lacan asentiría y que, sin embargo, para el común de los lectores es dirigida a oficiar de rompiente entre sus correlatos cotidianos del significado.
Con oficio, Silvina, moldea imágenes que nos cambian la mirada. A la hora de enfrentar sus silencios, nos conduce adonde en introspección ve: “cuando las palabras se quedan sin las cosas”, y de los intersticios en la lucha entre los signos y las voces, (con un recurso que yo diría kafkiano) sale a reescribir “monstruos o poemas” o “perros poemas”; a pesar que “Pasa que le dicen que irse entre palabras no la saca del miedo” y aún cuando ni siquiera sabe “qué dará de comer a las bocas de su cuerpo” igualmente persiste y desafía: “Sí, voy a que me coman” para demostrar que ella por oficio, aprendió que la poesía es insaciable y que en algún afuera, nos espera.
Poema a poema crece la sensación de que los esfuerzos por ahondar en lo esencial no se ven desbordados y, desde la contemplación, “Había mis ojos bordando los márgenes de las palabras”, pasa del mediar en su yo poético, a la ardentía de la escritura diciendo, “Me obliga a escribir con las manos en el fuego”, e inmediatamente —como en una analogía— en el poema que sigue, alecciona sobre el cómo construye su obra, entre formas y colores libremente, cuidando dice, “habitar de la hoja la mitad”, porque “no es todo el espacio tu espacio”, imágenes que —a mi entender— graba hacia final con un verso definitivo, “la obra será cuando abras el doblez de los dedos”.
Silvina Chacón en su borde o, mejor dicho, desde su oposición libidinal ante la domesticidad, expone que su única certeza, es un amor en el que se asume síntoma del otro, advirtiéndole “Somos un nosotros convaleciente / vos / un apenas”, entre un sentir que como espejo en su costado refleja la enmarañada rutina sobre la que, “Ella explica, el amor tiene sus ritos / se juega en presente / cada día se levanta y se destruye / y de nuevo espera”. Así, en su no resignación en otros versos se pregunta “¿para qué tanto conflicto si el tiempo hará su alquimia y todo lo esfumará? Interrogación por cierto atravesada de lucha cotidiana y de nostalgia, en la que persiste sostenida por una visión: “El verbo vive en lo espeso de vos dentro de mi calmando las fauces de la noche”.
Podría seguir poema tras poema intentando desentrañar cómo desde otro lenguaje simbólico y dispositivos sonoros, Silvina, desafía lo convencional o cómo las imágenes que logra transforman a su libro en una enorme metáfora o aún más todavía; sin embargo, aunque lo intentara, de ninguna manera podría aportar algo que supere a sus futuras vivencias como lectores de Afuera están los perros, poemario inmenso que bien merece ser leído verso a verso, hasta palparlo, como ese borde donde releemos nuestro propio espacio-tiempo, por encima de los adentros y los afueras.
Silvina Chacón nació en San Juan en 1981. Es profesora de lengua y literatura. Fue seleccionada por el Fondo Nacional de las Artes como becaria del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina. En el año 2015 publicó el libro Un buitre en mi mesa (Editorial Noches Blancas) y en el 2022, la plaqueta Palabras Abrazadas (Editorial Pliegapalabra) junto al poeta tucumano Gabriel Gómez Saavedra. Participa en la Antología Federal de Poesía, Región NOA, editada por el Consejo Federal de Inversiones (CFI).