Los cuentos que nos contamos (Queridos Terrícolas de Mario Flores)

Para prepararnos en caso de una invasión extraterrestre

Que nunca hayamos encontrado evidencia de vida extraterrestre no es impedimento para que la humanidad intente comunicarse con seres de otros planetas desde hace décadas, buscando y enviando señales, lanzando botellas en forma de sondas espaciales cargadas con información a ese mar frío y oscuro llamado espacio. La comunicación entre seres humanos y alienígenas es una fantasía recurrente de la ciencia ficción, pero también un anhelo real de la ciencia. 

El astrofísico y cosmólogo Avi Loeb cuenta en su libro Extraterrestre (2020) que se sintió atraído por la búsqueda de civilizaciones extraterrestres —incluso antes del descubrimiento del misterioso objeto interestelar conocido como Oumumua1 porque es un interés que proviene de la ciencia y de la evidencia, más que de la ciencia ficción. Pero Loeb también afirma que los científicos interesados en la búsqueda de seres de otro planeta suelen ser observados con desconfianza por sus pares, algo similar a lo que les sucedió a los escritores de ciencia ficción durante mucho tiempo. Lo cierto es que la literatura de (ciencia)ficción se viene ocupando de este tema desde mediados de la edad moderna: en el año 1638 se publicó de forma póstuma la novela El hombre en la Luna del obispo e historiador inglés Francis Godwin (1562-1633). Como hicieran antes que él Luciano de Samósata en su libro Relatos Verídicos (siglo II d.C), Juan Maldonado en Somnium (1532), o Johannes Kepler en Somnium sive opus posthumum de astronomía lunaris (1634), Godwin lleva a su protagonista de viaje por el espacio exterior hasta la Luna, donde tiene un encuentro con los selenitas, habitantes de nuestro satélite natural. Lo que distinguió a esta obra de sus predecesoras es la detallada descripción que el autor hace del lenguaje de los selenitas: “La dificultad de su lenguaje es difícil de concebir y esto por dos razones: primero, porque no tiene afinidades con ningún otro lenguaje oído; segundo, porque no consta de palabras y letras sino de tonadas y sonidos extraños que no se pueden expresar mediante el alfabeto. Por lo tanto, hay pocas palabras pero significan muchas cosas diferentes y se distinguen solo por el tono con que las pronuncian.” Charles Darwin teorizó que el lenguaje del ser humano tiene su origen en la imitación del canto de los pájaros en celo, que el hombre transformó en embriones de palabras hasta crear una “protolengua musical”. Tanto este posible origen del lenguaje de nuestra especie como el habla de los selenitas —compuesto únicamente por melodías musicales— recuerda al silbo gomero, un lenguaje originario de la isla de la Gomera en Canarias, que reproduce las características sonoras de una lengua hablada a través de silbidos para comunicarse a grandes distancias. El astrofísico e investigador del Instituto SETI —organización científica con la finalidad de encontrar vida extraterrestre mediante radiotelescopios y mensajes enviados al espacio— Laurance R. Doyle, cree que el estudio del silbo gomero es esencial para la comprensión de posibles xenolenguas.  

Con este objetivo fue creado el METI, una organización que —a diferencia del SETI que únicamente busca señales alienígenas— se dedica a transmitir señales de radio con la ilusión de alcanzar aparatos receptores de alguna civilización extraterrestres y obtener una respuesta… algo así como una charla interestelar. 

El problema principal es que, al estar inmersos en un terreno puramente especulativo, no contamos con certezas sobre la estructura física y mental de estos supuestos extraterrestres y, por lo tanto, no tenemos idea de cómo será entablar una conversación con seres que —incluso aunque utilicen un lenguaje hablado y no se comuniquen telepáticamente, a través de señales químicas o de alguna otra forma que desconocemos— quizá nunca lleguemos a comprender, mucho menos replicar los sonidos de un lenguaje creado con un órgano del que posiblemente carezcamos. Solo resta esperar que la Gramática Universal2 teorizada por el lingüista Noam Chomsky sea verdaderamente “universal”. 

Pero el encuentro con una inteligencia extraterrestre proporcionaría otro problema, uno bastante más peligroso que el hecho de no poder comunicarnos. El astrofísico Stephen Hawking estaba convencido de que el encuentro con una raza extraterrestre tendría consecuencias negativas para la humanidad, sobre todo si estos se encuentran tecnológicamente más adelantados, lo que es lo más probable. La mejor opción para la humanidad, entiende Hawking, es evitar llamar su atención y quedarnos cabizbajos, porque de otra forma “el resultado sería mucho más parecido a cuando Colón desembarcó en América». 

El caso es que, a pesar de que los optimistas números de la ecuación de Drake arrojan que deberían existir al menos una decena de civilizaciones inteligentes solamente en la Vía Láctea, la paradoja de Fermi sigue vigente3: aún no nos hemos topado con ningún tipo de clase de vida extraterrestre, ni inteligente ni carente de inteligencia. El escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke dijo alguna vez que “existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igual de terroríficas”. Para los menos optimistas, encontrarnos con seres de otro planeta supondría —en el caso de que tomemos por cierta la hipótesis de Robin Hanson4 que aún tenemos el Gran Filtro por delante y estamos camino a la extinción o, en el peor de los casos, que los aliens nos contactaron con la intención de quedarse con nuestros recursos naturales, cuando no directamente aniquilarnos.  

Pero, en fin, si todo lo anterior está escrito en potencial es porque se encuentra dentro del campo de la pura especulación, un terreno donde la ciencia ficción pisa firme y se siente cómoda. Tan cómoda que por momentos pareciera que nos estamos preparando para un posible encuentro con inteligencias de otros planetas contándonos historias, cuentos, novelas. Ficciones anticipatorias.

Este es el tema central de Queridos Terrícolas, una nouvelle de ciencia ficción que plantea un escenario en el que la humanidad ha tomado contacto no con una, sino con dos especies extraterrestres distintas. Como es de esperarse, esos encuentros lo cambian todo de manera radical: unos, llamados Los Visitantes —mismo nombre que los simulacros creados por el planeta oceánico en Solaris (1961), una novela de Stanislaw Lem que también aborda el problema de la comunicación entre los humanos y una entidad extraterrestre—, confirman los peores temores de Stephen Hawking al atacar la Tierra y diezmar a la humanidad de forma violenta. El otro, único ser de su especie que habita en Titán, satélite natural de Saturno, se muestra manso, cuasi infantil, sumiso, incapaz de violencia o maldad. Este ser llamado Salo, además de poseer habilidades precognitivas, pronosticar el clima, leer el comportamiento de los astros y divisar objetos a grandes distancias (“representa el telescopio vivo más poderoso al que se pueda tener acceso”), puede comunicarse a través de un lenguaje particular con la capitana Brenda Böll, una exploradora enviada a Titán con el objetivo de informar sobre su habitabilidad y su riqueza tanto mineral como nuclear, con la esperanza de encontrar un planeta de reemplazo para la Tierra, un espacio seguro donde escapar de Los Visitantes, o algún elemento extraterrestre que ayude a la humanidad a enfrentarlos. La capitana Böll mantiene una relación contradictoria y bipolar con Salo: lo trata como a una mascota y lo reta como a un niño, pero al mismo tiempo lo considera una especie de deidad que no pertenece a nuestro mundo, un ser poderoso al que se le debe respeto y temor. Y con justa razón: según la tercera ley de Clarke, cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, entonces ¿no sería cualquier ser lo suficientemente avanzado indistinguible de un dios? 

Si el escritor Ted Chiang trató la problemática de la comunicación con seres de otro planeta en su cuento La historia de tu vida (1998) con una idea sumamente radical —la comprensión de un xenolenguaje puede afectar nuestra percepción del tiempo—, lo que propone Mario Flores en esta nouvelle es una variación del mismo tema con una cuota propia de originalidad: comunicarse con la criatura de Titán, comprender su idioma y sus mensajes, no parece ser complejo, pero sí peligroso; es un acto que acarrea consecuencias tanto físicas como psíquicas y deja secuelas. La voz de Salo es un arma poderosa, provoca pesadillas y hace daño, literalmente. “Me acuerdo que me tiré al suelo gritando de terror, era un dolor agudo y espeso que se introducía en mi cabeza y aullaba desde adentro”, escribe en su bitácora la capitana Böll. 

Queridos terrícolas es una nouvelle apocalíptica, oscura, de fin de ciclo. Ante la pregunta “¿Qué posibilidades tendría la humanidad frente a la invasión de una especie más fuerte y tecnológicamente superior?”, el escritor ensaya una respuesta más bien pesimista y hasta cierto punto realista, pero sin olvidarse nunca que, en el fondo, lo que está narrando es una entretenida historia de ciencia ficción con claras influencias pulp.

El origen del lenguaje todavía se erige como uno de los misterios más grandes de la humanidad. Quizá es por eso que nos atraen tanto las teorías y las historias que giran en torno a este tema. Williams Burroughs murió convencido de que el lenguaje es un virus, aunque nunca fue reconocido como tal porque alcanzó un estado de simbiosis con el huésped, o sea, nosotros. El filósofo etnobotánico Terence McKenna argumentaba que el salto evolutivo de nuestra especie pudo deberse a la continua ingesta del hongo psilocybe cubensis a causa de la presión selectiva. Según su teoría del mono dopado, la psilocibina y otros hongos fueron los responsables del emerger del lenguaje en el ser humano, acelerando la arquitectura neuronal de nuestros ancestros. Tom Wolfe escribió en El reino del lenguaje (2018): “En resumen, el lenguaje y sólo el lenguaje, nos ha permitido a nosotros, bestias humanas, conquistar cada centímetro cuadrado del ancho mundo, subyugar a toda criatura lo bastante grande para ponerle los ojos encima y devorar además la mitad de la población de los mares.” 

Pero ¿qué sucedería si nos topamos con una criatura lo bastante grande e inteligente como para no dejarse intimidar ni subyugar por la especie dominante del planeta Tierra? ¿Qué si se trata de una criatura con la cual podemos comunicarnos a pesar de ser extraterrestre pero a la que de todas formas no parece importarle lo que la humanidad tiene para decir? ¿Es lógico creer que podremos siquiera tener una conversación de igual a igual con una especie capaz de atravesar distancias interestelares? ¿Cómo nos comportaríamos si esta criatura fuera poderosa pero sumisa y bondadosa? ¿Seríamos capaces de contener nuestras ansias de conquista y dominación? Por el momento solo contamos con respuestas en forma de (ciencia)ficción, esos cuentos que nos contamos para prepararnos en caso de una invasión extraterrestre. 

Propongo, entonces, que tengamos siempre a mano un ejemplar de Queridos Terrícolas, ya sea para disfrutar de un rato de buena literatura de género o para utilizarlo como guía en caso de que nos visite algún vecino del cosmos.        

1-Para Loeb, el objeto interestelar bautizado Oumuamua es el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra que ha registrado la humanidad. 

2-Según el lingüista Noam Chomsky, la Gramática Universal es un conjunto de principios, reglas y propiedades comunes a  todas las lenguas, gracias a las cuales los seres humanos podemos adquirir y usar de forma natural una lengua cualquiera. La manera de acceder al contenido de la Gramática Universal, según Chomsky, es a través de un dispositivo innato ubicado en el cerebro: el DAL, o Dispositivo para la Adquisición del Lenguaje. 

 3-En 1961, el astrónomo y en aquel entonces presidente del SETI Frank Drake, presentó una fórmula con  la cual era posible estimar el número de civilizaciones que estarían comunicando información de manera en nuestra Vía Láctea; por su parte, el físico italiano Enrico Fermi se preguntó, teniendo en cuenta que existen altas probabilidades de vida en otros planetas, “¿Dónde está todo el mundo?”, exponiendo la contradicción entre los resultados de la ecuación de Drake y la ausencia de pruebas concretas de la existencia seres extraterrestres.   

4-En 1998 el economista Robin Hanson publicó un ensayo titulado El Gran Filtro: ¿estamos cerca de superarlo?, donde plantea una posible respuesta a la paradoja de Fermi: es el propio progreso tecnológico de una civilización el predice su destrucción. Si aún no encontramos vida en otros planetas es porque en alguna de las fases del proceso evolutivo/tecnológico de toda civilización existe un filtro imposible de superar que termina destruyéndola. Pero ¿Cuál es exactamente ese filtro? ¿Nosotros ya lo hemos sobrepasado, o estamos a punto de chocar con él? 

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