Una artista con TLP

Un acercamiento a la experiencia de convivir con Trastorno Límite de Personalidad, el rol de la escritura y el fetichismo del artista loco.

La psicóloga me pidió que enumere mis redes de contención y justo antes del abismo, nombré la escritura. Convivir con Trastorno Límite de Personalidad me llevó a construir una casa en el lenguaje y a reforzar año a año los materiales de construcción. Nunca busqué ser coherente, pero la dialéctica es una preocupación constante en mi día a día. Jugar una carrera con mi cerebro donde el premio soy yo suele ser agotador. Mi estrategia de juego siempre fue el lenguaje, aprender a habitar el mundo a través de la palabra, nombrar las cosas para poder ubicarlas, ordenar los pensamientos: saber de dónde vienen sin que importe mucho saber a dónde van. Respirar. Todo es momentáneo, nada es para siempre, ya va a pasar. 

Mi relación con la escritura empezó desde la necesidad. Si bien mi diagnóstico es reciente (se acaba de cumplir un año de mi diagnóstico y tratamiento) se estima que convivo con TLP desde la adolescencia, más concretamente desde la separación de mis padres. En ese entonces empecé a leer compulsivamente. Amaba leer fantasía, meterme en otros mundos, vivir otras vidas. El libro de Harry Potter y obvio, toda la saga, se transformaron en extensiones de mi cuerpo. Leía todo el día, todos los días y cuando no leía, escribía poesía, inventaba formas de embellecer emociones que no entendía, les daba una vuelta de tuerca. Construía yo también otros mundos, casas flotantes que me acompañaban a dónde sea que vaya. Mutaba en diferentes personajes, la vida y la literatura parecían una misma cosa, casi imperceptible era la diferencia cuando las horas se iban devoradas por la cantidad de libros que sacaba de la biblioteca. Terminé la secundaria y me mudé a una ciudad con universidad para continuar mis estudios. Un nuevo ritmo de vida, con nuevos tiempos, nueva gente y poco a poco mi mundo flotante empezó a debilitarse. Los roles sociales empezaron a jugar su propio juego y de repente empecé a sentirme un poco Alicia en el País de Las Maravillas o el protagonista de las novelas de Kafka. Empecé a vivir en un mundo donde todos manejaban una lógica de la que siempre quedaba afuera, a la que siempre llegaba tarde, una lógica que además parecía obvia para todos.

El TLP se caracteriza, entre muchas cosas, por la inestabilidad en las relaciones sociales o la dificultad para formar vínculos estables. La constante crisis de la autopercepción dificulta mucho la comunicación con el entorno: pensarme y repensarme al punto en que mis manos ya no parecen ser mías y mi cuerpo y todo lo que me rodea parece de papel crepe no ayuda mucho a la hora de hacer nuevos amigos y generar nuevos vínculos. Ahí es cuando entra en juego la escritura: un otro (en mi caso el Diario) con el que hablar de lo que sea, cuando sea, el tiempo que sea sin sentirse juzgadx. Tratando de encontrar constructivamente una manera de comunicarme conmigo para poder luego, comunicarme más fácilmente con el entorno. 

La caligrafía de mi Diario es en terapia el punto de partida para hablar de las emociones. Esta semana las palabras tuvieron tres renglones de alto y algunas rasgaron el papel. En esta otra se lee claro, no hay faltas de ortografía, la letra tiene un tamaño regular, todo parece estar en calma. Ayer escribí seis hojas y la cabeza seguía retumbando, los ecos llegaron en poemas y quedaron encallados en el margen. Me asusta y me reconforta el hecho de pensar en mi yo poeta como una onda expansiva. En medio de la marea no tuve en cuenta que con la escritura venía también (como un tsunami) la figura del artista: la poeta, la escritora. Podría hablarles de cómo admiraba a las poetas suicidas, de lo bello de su escritura desesperada, por muchos años creí saber cuál era mi destino, creí leerlo en los trágicos finales repetidos de las historias que ya se habían contado. Tan joven y ya publicaste tu primer libro, mirá cuanto lograste con 22 años, parece que supieras que la muerte te corre y que podés morir mañana. Tenés hambre de fama o querés que la vida valga algo, querés ganarle al tiempo, pensás que el lenguaje tiene algo de infinito. Tal vez, trascendental. Mi psiquiatra me decía que por qué no compartía lo que me pasaba, que alguien podía llegar a sentirse identificadx, que tenía mucho para decir y a mí me aterraba la idea de que mi obra se lea en clave de una psicótica que escribe. La escritura para mi es trabajo y dedicación. No son delirios que decantan como por arte de magia en un libro de poesía, trabajo la palabra para asegurarme de que así no sea. Estoy segura de que mi patología no me define y quiero hablar, ahora sí, de la famosa idealización del poeta que sufre, del artista destinado a sufrir. Retrasé muchísimo tiempo mi tratamiento por creer que mi obra funcionaba mejor así. Que estaba bueno explorar los límites de lo soportable, que era necesario ser “el artista loco”, un elegidx por obra divina para llegar a tierras desconocidas, para contar qué hay del otro lado. Después me di cuenta de que la locura es otra cosa y que a veces puede no haber boleto de vuelta, punto de retorno. Creía que accediendo al tratamiento iba a perder mi creatividad, que no iba a poder escribir más si no vivía en un estado de crisis constante. Estaba muy equivocada. No perdí mi creatividad por ir a terapia, no perdí mi creatividad por tomar medicación psiquiátrica. Al contrario, me di una oportunidad de vida que me potenció al infinito. Creí en mi y el arte fue (y es) una gran compañía. Tengo el privilegio de poder acceder al tratamiento, de poder comprar todos los meses mi medicación, de poder pagar mis sesiones de terapia. El acceso a la salud mental es una urgencia. Deconstruir la figura del artista loco, también. 

Un año después de comenzar mi tratamiento, mi relación con la escritura es otra. Me gusta ver como el mundo contiene tantas posibilidades como perspectivas. No estoy curada, soy consciente de que es crónico y se aprende a vivir con esto. Ser poeta me hace feliz, escribir mi Diario también y eso calma la mayor parte de los síntomas, sobre todo la sensación de vacío y aburrimiento constante. Siempre que me encuentro con alguien que también tiene TLP le recomiendo que empiece a escribir un diario. Y que cuando pueda, lo relea. Creo que la terapia es un trabajo del terapeuta pero más aún es algo que tenemos que hacer activamente con nosotrxs mismxs, releer el diario y ver qué cosas se repiten, qué podemos mejorar, qué sabemos que va a volver a repetirse y cómo podemos gestionarlo. Vivir en una montaña rusa de emociones tiene su parte horrible pero también su parte buena, como todo. Apaciguar el síntoma para llegar al fondo es doloroso. Mi relación con el dolor también cambió, ahora me parece algo necesario, no un condicionante para crear y ser un buen artista, sino para mutar a una mejor versión de nosotrxs mismxs. 

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