Perrone: Cárcel, escritura y devastación

Cuando la sangre delira, los túneles, 
las ciudades, las coartadas, 
se derrumban.
Marcelo Fox

T.S. Eliot en su ensayo Sobre el mito y Ulises, alerta que a Joyce se lo malinterpreta, porque no se valora su referencia a la Odisea como método de escritura. Algo similar ocurre con la escritura de Perrone. Eso que todos ven pero evitan considerar, porque asusta, aleja o simplemente constituye un universo extraño para críticos y lectores distraídos: la cárcel y la experiencia de encierro. Un detalle fundamental que está a la vista y se despliega en sus novelas. 

Eduardo Perrone  pertenece a aquellos escritores que se constituyeron como tal luego de pasar una temporada en el infierno. Autores como Jean Genet, Enrique Medina o el mismo Marqués de Sade, son algunos referentes que, como enunciara Bataille,  constituirían la estirpe de los escritores  llamados “malditos”. 

Cuando comentan las novelas de Perrone, no tienen en cuenta el registro de las consecuencias que deja la cárcel en las personas que tuvieron que padecer esa experiencia. Como si ese cimbronazo existencial fuese un detalle sin importancia. Y así se pierde también lo que implica la vivencia angustiante del día después de la cárcel. Con la libertad no sobreviene ningún alivio, un efecto de devastación subjetiva impregna la existencia de todo expresidiario. Más que recuperar, el preso pierde.

¿Hay un después de la cárcel? ¿Te lográs liberar de sus rejas? O como insinúa Enrique Medina en Las Tumbas, aunque puedas salir en libertad, la tumba te acompañará hasta la muerte.  Perrone pone de manifiesto la angustia del después del encierro en Visita, francesa y completo, donde Gervasio, un ex-presidiario, carga con el estigma de haber sido reo, circunstancia que le impide volver a pertenecer a la sociedad consiguiendo un trabajo “honesto”. 

Por esta circunstancia, las primeras dos novelas de Perrone se relacionan, funcionan como un díptico. En Preso común, escrita en primera persona, desde su último tiempo de encierro y terminada inmediatamente después, el autor transmite un espíritu esperanzador, creyendo en el alivio de la libertad. El narrador mantiene esta ilusión firme hasta el final, de que una vez descubierta su inocencia la sociedad lo reintegrará en su seno. Aquel que fue encerrado por primera vez sostiene el espejismo de poder regresar a un antes del encierro. Un paraíso perdido, un imposible. Esa amarga desilusión se expresa en su segunda novela Visita, francesa y completo, que constituye una trama de venganza contra la sociedad que lo ha expulsado. Cargado de rencor, Gervasio se vengará de todos aquellos que le cerraron sus puertas. Aprovechará el buen pasar económico que le permite el negocio de la venta de drogas, para humillarlos. En esta novela Perrone describe lo permeables y extensos que son los muros de la cárcel. 

En Visita, francesa y completo, logra una novela más cruenta que la anterior. Expresa con dureza el desencanto con la vida y el resentimiento de la condición humana. Pone al descubierto la hipocresía social respecto a la resocialización del reo. Perrone deja en claro que la cárcel no sirve para resocializar a nadie, pero además que, una vez fuera de la misma, esa sociedad se encargará de recordarle, que no deja de ser preso, aunque este fuera. Las marcas de la cárcel son cicatrices  permanentes y no hay tatuaje que pueda disimularlas. 

Es difícil que logren vislumbrar lo que implica la vivencia de encierro aquellos para quienes los muros les son ajenos y lejanos. Para quienes creen que el encierro está destinado para albergar sólo a pobres, indeseables y excluidos. Por esta razón, por su sola existencia, la cárcel produce una violencia silenciosa. Una institución generada, como bien lo muestra Foucault, para hacer sufrir el alma (psique). Cuando la reja aprieta, dicen los reclusos, estás perdido. EL presidio se convierte en una experiencia de supervivencia constante que lleva a descubrir herramientas para encontrar protección y no quedar solo. Estar solo en la cárcel es estar expuesto a cualquier acción violenta. 

Perrone no es un preso común. Primera trampa de lectura, si leemos literal el título. En la cárcel, como se puede leer en su novela, sobrevivió porque supo no ser un preso más del montón. Analizar las novelas de Perrone dejando de lado este aspecto fundamental de su vida, es mutilar una clave de lectura indispensable para conocer su escritura y por supuesto, su fascinación por la vida marginal, que marcarán su destino final. 

En Perrone vida y obra se entrelazan. El Buby surgió como escritor pretendiendo dejar asentada su inocencia y su injusto encierro. De esta manera Preso común se puede clasificar como una novela de no-ficción. Perrone autor es el Buby narrador que pretende dar cuenta de que la causa judicial que lo llevó a la cárcel fue armada. El narrador relata las distintas peripecias que debe atravesar hasta conseguir la declaración judicial de su inocencia, junto a las anécdotas de otros presidiarios. No todas son crueles ni horrorosas. Es por esto que su primera novela es un grito esperanzador de inocencia y necesidad de libertad. Muestra las condiciones deplorables de las comisarías y las cárceles, pero no aboga por aniquilar el sistema penal ni menos el carcelario. Desnuda las tropelías de un sistema judicial viciado que puede apresar a cualquiera que no cuente con contactos, pero no despotrica contra la policía ni la justicia. Termina con un final esperanzador: la justicia vence, el inocente triunfa. 

Un lector poco avezado (qué lector no lo es) podría caer en conclusiones apresuradas que se alejaran de la escritura de Perrone. Obliterando una auténtica realidad, que a Eduardo Perrone lo liberó: la escritura. La escritura lo liberó, en sentido literal. Aquí hallamos la segunda clave de lectura de su obra: la escritura como herramienta eficaz de supervivencia y liberación. 

Pero hablamos de liberación no en un sentido místico o destraumatizante de una experiencia que marcó a fuego el alma (psique). Este oficio lo salvó, aún antes de vender libros y ser un escritor reconocido. La capacidad de poder sobrevivir en la cárcel fue gracias a la escritura, no solamente en un sentido literario y metafórico. Para descubrir esto nos remitimos a Preso común, donde el narrador cuenta cómo su habilidad para leer y escribir lo posicionó en un lugar de prestigio con respecto a los otros reclusos, analfabetos la mayoría, otorgándole de esta forma el respeto de las autoridades penitenciarias. Como vemos fue un preso muy poco común. 

Su reclusión carcelaria, que requería de una habilidad de supervivencia, le hizo descubrir la herramienta que lo sacó del anonimato. Es probableque esa experiencia iniciática de escritura lo haya impulsado a redactar sus desdichas entre rejas. Perrone en la cárcel hace una diferencia desde lo intelectual, que lo salva. En el encierro es donde descubre un arma letal: la escritura. Un arma que lo acompañará hasta su muerte. 

Sostenemos por lo tanto, que una instancia importante y que dio origen al escritor fue la cárcel. Como le aconteció a Genet. No es posible el Perrone escritor sin esta circunstancia desafortunada en su vida. Pero, al mismo tiempo, será esta experiencia la que lo dejará atormentado en una desconfianza con el mundo acomodado e hipócrita. La marca de haber pertenecido a los asociales lo expulsó a las orillas.

Perrone no buscó ser escritor, se encontró siendo uno, escribiendo una denuncia sobre su experiencia injusta y el mal trato que recibían los presos en Villa Urquiza, también llamada en la jerga “la bombonera”. Eduardo Perrone escribe petitorios para sus compañeros de encierro y así tropieza con la posibilidad de ser escritor. 

El ciudadano adaptado a las normas sociales necesita desarrollar la hipocresía como  habilidad social para poder sobrevivir en la urbe selvática de todos los días. Los marginales, por el contrario, no tienen la necesidad de mantener máscaras para sobrevivir. Al contrario, la virulencia viene de no tener máscaras que alivien el horror del sin sentido del mundo. Mantienen un rostro despiadado para lograr conservar su lugar o conquistar otro superior. En Perrone se encuentra una lucha entre ambas maneras de encarar el mundo. Hasta el final de sus días, mantiene esta contradicción, quiere volver a ser el ciudadano respetable que alguna vez fue o perderse en las sombras de los desclasados. Es que, luego de haber dejado la cárcel, querrá volver a ella y su submundo. No se sintió cómodo entre la vida acomodada de la intelectualidad porteña. Por eso, retornó a Tucumán y terminó viviendo en un vagón abandonado cerca del Crillón, un prostíbulo que había sido parte del paisaje de su juventud. El Buby no defendía un ideal anarquista ni de izquierda. Tampoco era un linyera, aunque su aspecto físico podría confundirlo. Renegaba de la hipocresía social, había renunciado a representar la farsa para sostener un lugar de reconocimiento.  Prefería perderse en las márgenes de la noche, en aquellos lugares convertidos por la sociedad civilizada en guetos: prostíbulos, whiskerías, el Bajo, la Crisóstomo y otras zonas calientes de la provincia. Andaba, para defenderse, cargando su cuchillo tramontina. Debía cuidar su vagón, un bien codiciado por linyeras y choros.

Elige la marginalidad de un vagón abandonado, ficcionaliza así su vida como si fuese una continuidad de Visita, francesa y completo, pero sin llegar a escribirla. En esa instancia debería haber aparecido su trilogía, pero esa nueva novela que no se llegará a escribir, quedará trunca. Los  límites entre ficción y no-ficción se contaminan, lo señala Emilio Renzi. 

A Perrone la escritura literaria lo salvó del sin sentido que  deja el encierro, pero al mismo tiempo, no pudo soportar ser reconocido desde un lugar diferente. No consiguió dejar de pertenecer a las márgenes. Sin la cárcel no hubiese existido Perrone, de eso no hay duda, pero al mismo tiempo esa cicatriz marginal, no le permitió avanzar más. Construir un nuevo nombre y proyectar otra historia, escribiendo otras novelas, otros relatos. 

A diferencia de Genet que supo conquistar una vida más acomodada, soportar ser reconocido por otros escritores, Perrone no logró superar este escollo. Aunque Genet prefería estar solo no retornó  a vivir como un desclasado, como si lo hizo el Buby.  La escritura a Perrone, no logra liberarlo de la devastación interna provocada por el encierro. A ambos la escritura les da la posibilidad de un lugar de reconocimiento social, un destino diferente a la indiferencia y el olvido del encierro. Solo que Perrone no logró soportarlo. 

Aquí nos detenernos para analizar las consecuencias devastadoras que dejan pasar una temporada en el encierro. Devastación proviene del concepto latino “devastatio”, el prefijo “de-“que indica “alejamiento” y el verbo “vastare”, que puede traducirse como “estar vacío”. Un avasallamiento subjetivo que deja a quien atraviesa por esta experiencia al borde de la muerte. Un muerto vivo caminando, entregado al vacío de existir. En palabras de Cioran sería “Hay noches que ni el más ingenuo torturador podría haber inventado. Sale uno deshecho, estupidizado, perdido. Sin recuerdos ni presentimientos, y sin saber siquiera quién se es. Y entonces es cuando el día parece inútil, y la luz perniciosa y más opresora aún que las tinieblas”. Quien sale de la cárcel entra en esta noche. 

Desde esta mirada esquiva, sería recomendable intentar otra lectura de las novelas de Perrone. Para encontrar lo que no nos atrevemos a ver y que podría ayudarnos a entender la experiencia traumática del encierro y la continuidad de sus consecuencias devastadoras, aún en la libertad. Nuestros límites como lector para entender la obra, diría Eliot. Estas circunstancias expuestas, no son una mera distracción sino un sesgo de clase social.

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