Es enero y nosotras estamos
despiertas a la hora de la siesta.
Sin pausa el sol castiga
en el jardín
hurgamos la tierra barro seco
clavas un cuchillo y lo moves, desarmas
lo sólido, me pedís
que abra la canilla y el balde comienza a llenarse.
No lo cargues demasiado, me decís se vuelve
imposible moverlo con el peso del agua.
Arrancas yuyitos
los dejas en el camino de cemento al lado tuyo
tenes las rodillas apretadas contra el pecho, las manos
abrazadas a tus piernas
los pies descalzos, las uñas sucias.
Yo riego el jardín con brutal entusiasmo
decís que la forma correcta de regar es
yendo de a poco, así el agua
penetra más profundo
llega a las raíces.
Formas de empezar una conversación
Estamos sentados en el alero del edificio de enfrente
es de noche fugazmente
y digo fugazmente porque una luz diagonal
avanza entre las medianeras y se ofrece
para nosotros que en realidad preferimos la oscuridad
Es verdad que la luz tiene sus virtudes.
Invita a cansar la mirada
en la mínima belleza de los pájaros;
si el clima acompaña se puede
hablar de cualquier cosa; de este modo, por ejemplo
la probable muerte de los padres es solo eso y no
un denso humedal
que tiñe y avanza desde las uñas de los pies
hasta la boca del estómago y anida ahí
Claro que el día tiene sus virtudes
y somos incisivamente conscientes de eso
pero nosotros, es decir, vos y yo, no tenemos
la intención de huir a la luz para dilatar el tiempo
en la siempre arbitraria belleza de las cosas vivas
Sabemos aunque nunca lo precisamos
que hay mejores formas de empezar una conversación
extendernos en la llanura de los lugares comunes
y atravesarlas solo para seguir siendo los mismos
Pero no, nosotros quizás estamos enamorados
del filo ácido de las palabras
que como vírgenes endemoniadas por las noches
nos visitan sin previo aviso.
Desde el balcón comentamos el crecimiento incipiente
de un árbol pequeño en la medianera del edificio de enfrente.
Vos lo miras fascinado creo que un exceso de esperanza
depositada en esa endeble rama raquítica.
Los días son silenciosos en tu balcón
somos vos y yo y la estúpida rama todo el día
observándonos crecer.
Esta noche soñé que la rama se quebraba
y durante todo el tiempo que soñé sentí alivio por ella.
Despierta ahora veo escasamente tu sombra perimetrada
me zambullo en los movimientos de tu respiración
esperando que las primeras gotas de luz te pellizquen los ojos
y vos los abrís molesto solo luego de haber intentado retener el sueño
y me miras sabiendo que hace horas tengo los ojos titilando
de acá para allá
y me decis cómo dormiste y no es una pregunta aunque suene así.
Seguimos acostados
desde el balcón llega un humo claro
corremos a mirar
Vemos el piso último del edificio de la rama raquítica
prenderse fuego no alcanzamos a ver las llamas
Vemos el piso último del edificio de la rama raquítica
prenderse fuego no alcanzamos a ver las llamas
nos conformamos con el humo espeso escapando desde sus poros
nos conformamos con las sirenas y el pánico
nos conformamos con imaginar los pormenores:
¿Habrá alguna mascota en el lugar? ¿habrán alcanzado
a sacar sus ahorros?
¿Qué sería lo primero que agarrarías vos?
Desde hace algunos días hay un hombre viviendo en mi casa
y esta tarde de frente lo ví.
La luz blanca de la cocina iluminando
su rostro, los pómulos deshidratados
las orejas, su ancho cuello.
Esta tarde entonces le pregunté
cómo se llamaba pero él no dijo nada
no habló, no hizo gesto alguno
ninguna pista aunque lo miré de muy cerca.
Impávidos los dos.
Anochece y fumo
sentada en la ventana.
Lo observo sentado en la única silla de la casa
frente al escritorio, no me mira
tiene en cambio
los ojos clavados en la pared.
Creo que intenta atravesarla.
Temo que está atrapado y no sabe
a dónde ir.
Voy a dejar la casa ésta noche
me iré antes de que la oscuridad
sea plena.
Y espero no verlo al regresar.
Hoy es sábado y es el primer día de marzo
el sol no aparece la lluvia
tarda en llegar.
Nos despertamos a las seis
y volvimos a dormir.
No nos dormimos del todo
en esos intervalos
la mente no descansa
pero despertamos juntos
transpirados de verano
hambrientos de hambre y nicotina.
Bajamos a fumar varias veces al día.
Vamos siempre al mismo lugar.
Nos sentamos y miramos
la gente mover su cuerpo.
Los ojos que nos miran
son un espejo de nada.
Son las diez de la mañana
las nubes siguen bajas.
El cigarrillo es un reloj perfecto.
Nos sentamos en nuestro lugar
esperando que algo pase, y algo pasa:
Una mujer se acerca al cordón de la vereda
carga una expresión en los ojos.
Nos miramos y es suficiente.
Él se levanta y mira.
Es un ratoncito, dice
se está muriendo, dice.
Entonces yo también miro.
El animal agoniza, eso es evidente
tiembla y acurruca su cabeza
en la parte más
mullida de su cuerpo. Tiembla y busca
desesperadamente el sueño.
El animal es naturalmente bello
en su forma de morir
pero un escalofrío me atraviesa
cuando se mueve como
enfrentando la difusa muerte.
Decidimos quedarnos a su lado
hasta que llegue la muerte
y la muerte
casi nunca tarda
para los de su especie.
Metros adelante, el movimiento continúa:
lentamente las ruedas
de un camión de basura dan marcha atrás.
Avanzan hasta el lugar donde descansa él.
No nos quedamos a ver el desenlace.
La muerte es creativa
y tiene sentido
del humor.
Escucho la radio al despertar, debería dejar ese hábito nocivo
quizás incluso antes de tomar en serio lo del cigarrillo,
porque la radio en si no es un problema (como no lo es el tabaco)
nunca lo son las cosas inanimadas.
El problema es la tos, el problema es la voz del locutor de la radio
el problema tal vez sea el olor de la nicotina en las paredes
el problema seguramente sean las palabras indignadas
el problema estoy casi segura es que soy yo
que todas las mañanas prendo la radio
y le doy rosca al encendedor prendida a la liturgia.
Sé que son insostenibles las mañanas habladas del periodista
pero insisto en escucharlo y algunas pocas veces
creo que nuestras voces conversan
pero a quién engaño él nunca me escucha.
Creo que lo quiero, lo quiero demasiado, lo quiero como a un padre
lo quiero como a mi propio padre.
Él también hablaba por las mañanas, especialmente en invierno
cuando me llevaba a la escuela. A veces yo decía algo interesante
pero él seguía su monólogo matutino. Él también era un hombre interesante.
Tenía problemas auditivos pero mi madre siempre dijo
que en el fondo era distraído y desinteresado.
Estamos en el borde de la cama.
Un punto ciego
en la pared amasa
nuestra mirada.
Nuestra mirada no aclara el panorama.
Se esfuerza en contener
y dilata el punto ciego que somos.
El sinsentido agudo, profundo problemático
que nos persigue por las calles amarillas de invierno.
Hay un sádico vacío que pide nuestras uñas rotas
como peaje para cruzar la noche a salvo
y nuestros dedos sangran de tanto morderlos
por no poder dormir sin guardián.
Pilar Sanjurjo Murujosa (Buenos Aires, 1997). Estudió Sociología en la UBA. Coordina el ciclo de poesía Primavera todo el año en el Museo Casa Rojas, junto con Abril Rufino. En 2021 participó del festival Poesía Ya!, en el Centro Cultural Kirchner, año en el que publicó Lugares comunes, por la editorial Patronus.
Una idea sobre “Siete poemas de Pilar Sanjurjo”
Gran poesía honda, que parte de la tensión superficial de las cosas.