Hace un par de Semanas volviendo de la presentación de un libro de poesía que se realizó en un bar, y aún con un poco de la ansiedad social recorriéndome el cuerpo -que resultaba de volver a transitar espacios sociales o montajes poéticos, escuchar nuevas voces o miradas sobre la escena literaria Tucumana- me puse a recordar mis primeros contactos con la poesía de esta provincia. Cómo no pensarla si terminó acunándome y volviéndose mi casa. Tal vez haya captado un poquito de la energía que pude haber sentido al comenzar a transitar aquellos escenarios que allá por el 2009, para mí, eran novedosos, energéticos y renovadores; donde se entrelazaban ramas artísticas con intenciones reales de crear nuevas formas de decir y apropiarse de nuevos espacios.
Con eso en la cabeza y entre un vinito y charla de la buena junto a Zaida y Daniel terminamos hablando de la Antología Sonora de la Biblioteca Parlante Haroldo Conti. Proyecto que se dio entre el 2009 y el 2010 y que tenía el objetivo de hacer un registro sonoro de poetas del NOA, producido por María Belén Aguirre y Graciela Ovejero Postigo para Peras de Olmo-Ars Continua una productora cultural de CABA. Para ello se realizaban veladas en algunos bares de aquellos tiempos donde concurrían muchos trabajadores de la cultura de diferentes palos; se realizaba una entrevista al poeta invitado quien luego leía sus textos casi sin límite de tiempo, finalmente se cerraba con una charla amena entre todos y donde se compartían no solo las experiencias vividas con aquella poesía sino también un poco lo que se andaba leyendo o lo que en aquellos momentos se vivía en la cultura joven tucumana.
Esta antología intentaba un poco rescatar no solo las voces de poetas que ya habían ganado su espacio o que ya venían ganando terreno desde sus propios grupos como mateadas poéticas organizadas desde algunos espacios estudiantiles o desde grupos literarios que organizaban encuentros nacionales, también aparecían por allí rescatados otros poetas que recién iniciaban su camino y que no estaban legitimados por así decirlo desde los grupos más académicos de letras; algunos jóvenes que no venían desde lo literario pero que si escribían mucho y tenían una visión del Tucumán ese en cuya escena cultural se veía mucho del optimismo que inyectaban los escenarios políticos del momento, pero también había una crítica profunda a los cánones literarios, a sus formas y estructuras.
Capaz sea una tarea irreverente la mía la de tratar de retratar una escena que para mí era novedosa y en la que no había desarrollado una pertenencia. Me maravillaba la energía y la carga emocional de aquellas maratones de lecturas en la legendaria Casa Dumit, y las largas discusiones políticas que se daban bajo el limonero del patio y que entre vino y empanadas se trenzaban hasta la madrugada entre la sensibilidad de Pablo, el dueño de casa, la profundidad del Gato Amos Bellos y la gravedad intimidante de Alejandro Gil. La hermosa vibración de las veladas con guiso en La Sodería donde pude conocer a Pablo Donzelli que andaba por ahí con la Trompetas Completas, el erotismo de Soler, o la fuerza de la voz de Gabriel Gómez Saavedra o lo combativo de Ana Dellepiane y Mariana Salvatore. Recuerdos que se apretujan en Pangea donde con fugacidad y frescura se creó aquel intento de base de datos de publicaciones locales como intentó serlo La Libertaria donde conocí a Alfredo Araoz, donde repartían sensibilidad y amor Ale Diaz o Candelaria Rojas Paz; emocionarme con las muestras fotográficas de Mels Petroff y sus cuerpas. Sin duda había una impronta generacional y un posicionamiento muy fuerte con respecto a tomar espacios no tradicionales, extraerle la poesía a la danza a la fotografía; crearles un montaje con criterios estéticos y soltarlo en los espacios públicos para acercar la literatura a la gente que no habita otros espacios. Así uno podía caminar por Crisóstomo y de pronto encontrarse con poetas leyendo y escritos colgados entre los árboles y llevárselos a su intimidad. Recuerdo descolgar un DVD con cine de autor y volver a casa y encontrarme llorando con El Color de la Cereza de Kiarostami.
Para muchos de estos escritores había una necesidad no de salir a buscar clientes, sino de sumar lectores a la poesía, para la poesía. Había en cada uno de estos poetas (y otros que la memoria me esconde) una comprensión profunda de la importancia de la autogestión y en cómo no hay construcción de lo popular válida sin espacios con independencia ideológica, con actitud crítica. Sin duda toda esta energía cultural fue el cimiento de la creación de múltiples editoriales independientes que unos años después comenzaron a aparecer; lo autogestivo como una práctica necesaria para desmoldarse del corsé académico y buscar desde el cuerpo en escena la legitimación de aquellos a quienes les era vedado el acceso a otros espacios; reconocerse en el colectivo y asumir que lo válido y legítimo sucedía en la calle y en los escenarios populares. Escenarios que por momentos parecían la filmación de Fitzcarraldo, por momentos una película de Scola, pero cuya locura atraía y convocaba a su alrededor; porque es así, porque el caos no implica abandonar la idea gramsciana que disputar espacios políticos es necesario desde lo cultural; y en este Tucumán de hace poco más de una década se hacía casi de un modo visceral. Así es que esta antología sonora fue un intento de capitalizar tamaño despliegue de energía, pero que hoy diez años después demuestra que fue solo un momento entre muchos despliegues de poesía y con la que cada uno comulgó a niveles muy íntimos y como toda ruptura amorosa generó amores y odios escondidos en la subjetividad de una leyenda.
Apenas un par de años después, aquella emocionalidad y espíritu de cuerpo, fueron quebrándose, algunes mirando más a Buenos Aires que al norte, los intereses propios fueron distanciando las partes y todo el impulso fue transformándose en nuevos espacios y escenarios donde se vieron florecer editoriales independientes donde jóvenes que aparecían tímidamente construían su propia subjetividad de época.
Cuando me encomendaron hacer una nota sobre esta antología fui buscando los testimonios de compañeros a los que conocí en esos momentos; algunos declinaron amablemente, en otros desperté una emocionalidad impensada, emocionalidad que me fue imposible esquivar y que nos despertó sentimientos encontrados y miradas críticas sobre la naturaleza misma de aquel proyecto.
Ya han transcurrido once años, yo llevo una década adoptado por Tucumán, y hasta hoy intento objetivar un mito que, para mal o bien, a todos nos involucró y comprometió, educándonos en no perder nuestros tonos emocionales a la hora de poner el cuerpo y ser carne afiebrada de aquellos recuerdos que nos ampararon. Hoy nos queda aquella poesía que se hubiese vuelto inabordable sin el amor de todos aquellos a quienes las tripas se les cargaron de colores y no aguantaron la quietud pálida de la neutralidad. Ese es un aprendizaje que te cuesta la piel. Resumo esta especie de crónica con una poesía que resuena aún cuando aparecen los recuerdos:
La poesía es un arma cargada de futuro. Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas, cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades. Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo. Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo. Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo. Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho. Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros. Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho. No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos. Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos. — Gabriel Celaya.
Agradezco los diálogos con Candelaria Rojas Paz, Alejandra Diaz y Marcos Bauzá quienes rescataron tantas escenas de aquel tiempo donde fuimos felices. Sí, lo fuimos.
A continuación se anexa reminiscencias de Marx Bauzá:
Memorias de la Biblioteca Parlante Haroldo Conti - Anexo por Marcos Bauzá Escribir sobre la Biblioteca Parlante Haroldo Conti no es cosa sencilla. Su sola evocación me trae innumerables recuerdos. En 2010, estaba sumergido en una vorágine cultural, un remolino de emociones y pensamientos. Este espacio estaba coordinado por María Belén Aguirre y un grupo que incluía personas de diversos campos. Había una idea romántica y poderosa detrás: “Brindar cultura para todos, todos los días”. Cada palabra detrás de la BPHC tenía una intención. Una Biblioteca es un conjunto de libros y saberes, una ventana al conocimiento. Esto es cierto pero en ninguna parte dice que dichos libros deban permanecer quietos en sus anaqueles. Parlante es un adjetivo que tiene que ver con ponerle voz, cuerpo y espíritu a la palabra escrita. Y por otro lado, apenas perceptible detrás de esa idea, estaba la necesidad de incluir a las personas que viven con ceguera o capacidad visual reducida. Esto me toca muy de cerca porque yo mismo vivo con ceguera total de mi ojo derecho, desde hace muchos años. Haroldo Conti fue un escritor, poeta, docente, guionista, periodista y militante desaparecido muy amigo de Rodolfo Walsh. Su nombre combativo como ideal en esta gesta no fue menor. Él representaba nuestra lucha contra la marginalidad, la pobreza y el escaso acceso a bienes culturales que tienen las personas. Él era un símbolo o estandarte. Lo sigue siendo. Ambos dieron sus vidas por un país mejor. Estos eran otros tiempos. Néstor estaba invitándonos a repensar la realidad y nosotrxs habíamos abrazado su estela, desde el lugar en el que estábamos insertos. Esta biblioteca eran palabras e ideas en movimiento, más vivas que nunca: en las calles peatonales, en las plazas, en los bares culturales, en el Mercado del Norte, en la vieja terminal de ómnibus, en la casilla de email, en Facebook y en YouTube. Miles de personas de habla hispana y lusa nos acompañaban a través de las redes. Todxs escuchaban poesía o cuentos, ansiosxs en sus casas. Todo era a pulmón. Todas las propuestas eran absolutamente gratis, de libre acceso y realizadas con mucho amor. A veces hacíamos intervenciones disparatadas en un posteo de Facebook y todos nos moríamos de risa en los comentarios. Jugábamos con el lenguaje pero también íbamos a donde estaba la gente y poníamos todo allí. Un vértigo nos devoraba como fuego interior en el hacer. Un día de Septiembre de 2010 fui a intervenir, con dibujos, los textos que los transeúntes descolgaban de un tendedero en la peatonal. Esto era hermoso, era oro en polvo. Hay una foto donde dibujo, parado, sobre la fachada metálica y fría de la sede de la compañía telefónica. Esa foto resistió a la obsolescencia y el paso del tiempo. Ahí estoy, haciendo dibujitos naïf de helados, nubecitas, satélites, soles y arco iris sobre textos de Borges, Cortázar, Benedetti, Pizarnik, Storni, Vilariño o Cucurto; en un mix con poesías de canciones de cumbia con elevado contenido social y sentimientos. Ese día fue especial porque luego fuimos a comer unas porciones de pizza con Mirinda en un puesto del Mercado del Norte. Hablamos de la importancia de rescatar culturalmente ese espacio de toda la desidia y el desinterés reinantes, para evitar que el mismo caiga en las garras de la especulación financiera. Ya sabemos lo que lxs oligarcas y poderosxs son capaces de hacer. Tras ese almuerzo me convertí en calabaza. Tomé mi mochila y caminé bajo el intenso sol de la Peatonal Mendoza hasta la obra en un estacionamiento donde debía hacer las veces de ayudante de albañil y mezclar agua con cemento, junto a Tony, mi papá. En la BPHC mezclábamos alta con baja cultura. La alta cultura se volvía popular gracias a la otra que amablemente hacía las veces de anfitriona, con galletitas surtidas con formas de animalitos, globos de colores y cafecitos. La BPHC era como un cumpleañitos literario constante, con gente llevando felicidad para todos y todas, cantando Gilda y generando experiencias estéticas inolvidables. Las fotos que hice en el Cumbia Nena de la buena, en la vieja Terminal de ómnibus lo dicen todo. Eso no se perdió. De la performance que realicé en Plaza de Almas vestido de judogui, dibujando / escribiendo con arroz la palabra lluvia apenas queda el vago recuerdo. De los cuentos de Ryonusuke Akutagawa que leí para YouTube, me queda un agradable sabor en la boca. En definitiva, sé que todo quedará en el olvido o quizás no. Lo importante es que fuimos muy felices. También lloramos cuando todo terminó.