La vida es un bazar. Entramos en ella, crecemos como podemos, vamos reptando como podemos, con esplendores y derrotas. La poesía de Andrea Martín construye con ese bazar que es la vida -especialmente la adolescente, que no advierte que la adultez es matemáticamente el escamoteo y resta de la infancia y adolescencia- una poética. Los versos de Gulita Porosa deben leerse deviniendo una Putita Golosa que descubrió el talismán de la Indiana Jones mujer cuyas aventuras están en el empalago de las experiencias, y claro que en ese degustar suele haber sabores muy amargos, glaciales, porque eso es la vida, y esa es la aventura, lo que adviene, lo que nos sorprende.
La Gulita Porosa que hilvana estos trozos de existencia es una serpiente emplumada (entenderán ahora por qué usé en el primer párrafo el gerundio “reptando”) que se mueve en el paraíso venenoso del acápite del libro, extraído de un tema de Britney Spears. La víbora no tiene buena prensa, pero menos quien juega con su veneno. Con esto quiero decir que hay un vaivén que recorre el libro: los recursos utilizados para ofrendar el decir poético nos manchan con la ambivalencia bífida de la alegría y desazón, pero se detiene justo antes del dramatismo. Martín toma las situaciones del amor en su máxima expresión y, sin limpiarles su oprobioso dolor, les saca la lengua (bífida también) para picarlas. Porque ¿quién nos dijo que no podemos reírnos de nuestros dolores? Somos convencionales, y cierta poesía está para revelarnos esto (busquen y lean la plaqueta de Martín Revelados)
“De chiquita/tengo una mancha roja frutilla/donde mis costillas se saludan”, escribe. El crecimiento es una frutilla que pierde su forma. Bello eso. En ese bazar, la poeta añade giros neológicos que subrayan nuestro presente, como corazón loppera, mambeada, boludeable, intensearla, un toque, etc. En cuanto a influencias y entrecruzamientos, leo esta poesía como una veta de esa escritura cansada aunque fulgurante, risueña sin tener (aparentemente) nada para serlo; eso hay en la poesía de Javier Martínez Ramacciotti, de Pablo Natale, de Elvira Sastre, del único libro de Álvaro Colazo (After): propuestas de una juventud que concentra todo el sufrimiento y descubre el emoticon para comunicárnoslo. Martín dibuja una pirueta: “Las cosas me dan miedo últimamente,/me paralizan.//Me hago piedra o vivo/con los ojos vacíos”. Y un poco más adelante: “Mi familia habla del viaje en avión,/ de todo lo que vamos a llevar/lo que no vamos a hacer/lo que definitivamente no nos va a cambiar/ y sonreímos igual”. Eso está en -a mi criterio- uno de los mejores poemas del libro, titulado “Casablanca”. ¿No asistimos a la prisión dulce que es la íntima cotidianeidad compartida, que no cambia por nuestros designios, sino por algo que se nos escapa entre los dedos, como el crecimiento? Esto que digo involucra el tema del tiempo, y en Gulita Porosa hay conciencia de eso. En ese mismo poema antes mencionado, hay traducción de la tradición: los personajes emblemáticos de esa película romántica (y moral, y antibélica) Rick (Humprey Bogart) e Ilse (Ingrid Bergman) están juntos en el aeropuerto, (logran estar juntos, en una segunda oportunidad, haciendo patente ese icónico “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”) saludando la partida de ese yo lírico de Martín que sube al avión para que nada cambie, aunque cambien de geografía.
La escritura de esta joven autora se jacta de ser una poesía pitonisa: conoce el límite en el que quienes se quisieron volverán a ser unos desconocidos. Aquí no hay el desconcierto absoluto de la entidad humana para con el mundo, de un Alberto Girri, o el lamento agónico del lenguaje, por caso de Alejandra Pizarnik. La condesa aquí sangra por las heridas con forma de frutilla.
Los poemas tienen una cadencia de rapeo (invito a ver cómo dice la propia Andrea sus poemas en el último Festival Internacional de Poesía de Rosario, en el enlace al pie de la nota,en la hora 1: 58 minutos). En “Detached” encontramos un verso maravilloso, donde la felicidad no puede sobornar a la carne fresca, joven: “Causa = consecuencia./Salté por la ventana/cuando el cielo se hizo pared”. En el mismo “Casablanca” se aprecia la digitalización de la sentimentalidad: “Veo las fotos y hago zoom en mi boca,/ no entiendo la forma”. Hay una educación de los sentimientos que no rezonga del presente, sino que echa luz y vuelve troglodita el pasado. El ojo es una cámara con aumento, pero descubre la ignorancia.
En el texto que le da título al libro, Martín corroe el secreto consuelo de cierta formación sentimental femenina con una asunción corporal donde la carne, los poros, gritan, sienten y se atreven a hacerlo desde un orden vertiginoso y no por ello menos firme. “Pongo en mi pecho poroso, mi pecho área 51/ las cintas, las precauciones:/“NO ENTRAR, NO ENTRAR, NO ENTRAR”. Maternar será una opción, no un elemento que completa a la mujer.
En los 90 nos formamos con canciones tipo “What is love”, cuya letra sería hoy la de un reggaetón edulcorado. “¿Qué es el amor? Bebé. No me hieras. No más.” La joven poesía, sin dramatizar, desenmascara y corre el rimmel de esa cultura que no se anima a salir de sus imposturas, pues son ellas las que la sostienen. “De vos recibo silencios y minúsculas”, leemos en “Levonorgestrel”, un lema o estampa de lo que podemos decirle a quien no le llega nuestro mensaje, a quien se la ha ido el Wi-Fi de nuestra atención.
Para finalizar. Gulita Porosa es de esos libros que deben leerse después de una fiesta bolichera de sábado, compartiendo un choripán antes del amanecer, antes de que el sol nos diga que ese día no frenamos, porque el deseo de volver a enamorarnos no conoce de domingos.
Para adquirir Gulita Porosa:
Mail: faltaenvidoediciones@gmail.com
Ig y Fb: @faltaenvidoediciones @FaltaEnvidoEdiciones (envíos a todo el país)
Revelados:http://lapapa.online/producto/revelados/