Eran una gallina, un perro, un amo y un huevo, que en el entorno íntimo de una mesa se plantean interrogantes y despliegan la creatividad, la intuición y la voluntad para alcanzar las metas que se proponen, las condiciones que permitan ¿un estado final deseado? El uno hace que las cosas pasen, el otro mira cómo pasan las cosas y finalmente nadie se entera de lo que pasó.
Pero el huevo no es de la gallina: es del perro. Un enunciado de difícil pulido. ¿Mito fundador de la fábula? ¿Todos aceptarán esta cláusula? O más amenazante aún. ¿Qué fue primero; y qué vendrá después? ¿Es posible un desacuerdo tan extremo? ¿Puede una sola palabra alterar el sentido del conjunto? ¿Qué decir de la verdad cuando toma la forma del polvo? Todo se arrastra hacia los rincones donde alguien espera.
El libro se desarrolla conforme a la dramaturgia característica de la fábula. Sin embargo, los malvados desaparecen y comienza la cacería. La posterior sucesión de conspiraciones, reconciliaciones y traiciones resulta tan caótica que el lector acaba por confundir personas, causa, consecuencias, intenciones y razones como suele suceder en la realidad. Quizás, impresionado por el gusto propio o por necesidad de moraleja.
Pero la gallina, el perro, el amo y el huevo se pasan de la raya y la cadena sigue abierta. ¿Qué influencia tiene este pequeño incidente? ¿Qué anillo pasa por el agujero del otro? ¿Qué enlace o sincronización de acciones hay entre los elementos subordinados al tiempo y al espacio? No es lo mismo “hacia atrás” que “hacia adelante”, no se puede inscribir en cualquier punto. La ensambladura requiere de cierta picardía para ser impactante. Mientras tanto algo se mueve en la superficie intermedia.
¿Será que el perro hambriento se queda parado en la alfombra, sin comer la dulce pera? ¿Que la gallina se arranca sus propias plumas? ¿Que el huevo se asume protagonista o antagonista? Qué decir del amo.
Habrá que proteger los hallazgos; no hay nada más problemático que un descubrimiento prematuro, que lejos de confesarse engaña. Probablemente debamos a esta alusión la ingeniosidad escénica y sus entremeses. Tanto es así que resulta difícil creer que esta fábula se engendra sobre la pretensión de un asesinato, con algo de suspenso pues nada indica cómo ni dónde va a continuar o concluir. En cierto modo, una maniobra que disloca antes de los enfrentamientos.
¿Y quién da el beneplácito a la pretensión? ¿Constituye una decisión única o a una serie de decisiones simultáneas? ¿Traerá dolor o calma?
Los conflictos se resuelven por consenso o por intimidación. Situación especial y bastante delicada. Estas consideraciones conducen a un problema central relacionado con las exigencias de sus postulados. Sin embargo, para que estos enunciados ejerzan tal función se requiere que puedan ser recibidos como palabras de certeza: de no ser así, serán dejados de lado y reemplazados por una nueva serie; de todos modos, la función nunca quedará sin titular.
Unos y otros tomarán la palabra, y después todo, mostrarán este zócalo en sus verdaderos colores. Las dudas y ansiedades que se les presentan incentivan las siguientes preguntas ¿se rigen los personajes por las mismas ideas e intuiciones? ¿Hablan la misma lengua? ¿Se instaurará un contrato?; de comprobarse esta aprehensión: ¿qué promueve y prohíbe? ¿Quién es su garante? ¿Cómo llega cada cual a su firma? La incertidumbre de la respuesta está dada por la singularidad extrema de cada momento.
En ocasiones, una cruz cobrará fuerza hasta el punto de tornarse desafiante. ¿Qué guarda? ¿Qué resguarda? Hay un rasgo importante en ella que la hace ser más que un símbolo. Acaso la memoria del olvido.
La lucha es constante y perdura, en todo caso de una manera simbólica, más o menos sutil, más o menos indecorosa. Tales hechos se comprueban en la circulación y distribución de una energía susceptible de aumento, disminución y equivalencias. Un dato fundamental de la experiencia. Pero ¿cuál es el sustrato del conflicto? ¿Un deseo y una exigencia moral? ¿Afectos contradictorios? ¿Representaciones en oposición?
Lo que suele defenderse en las fábulas es una moral práctica que no estimula al sacrificio precisamente, al heroísmo o a la solidaridad, sino más bien a la astucia y a la habilidad para triunfar en el mundo. Así, se enaltece la prudencia, la laboriosidad, el poder de los fuertes y, alguna vez también, el triunfo de los débiles; se critica la envidia, la codicia, la fantasía loca, la falta de previsión o el apresuramiento; o bien, con un sentido más profundo y trascendente, se pone de manifiesto la inexorabilidad de la muerte, la existencia de una justicia final, etcétera.
Esta historia se titula Fábula de un huevo freudiano. Y quién puede resistirse a preguntar por qué freudiano ¿Qué significa esta expresión? ¿Un sustantivo, un adjetivo, una cualidad? Puede que haya varias razones por las que una fábula pueda ser freudiana. Es posible que los componentes de convergencia y paradoja parezcan, a primera vista, obvios. Pero ¿dónde está el punto de entrada?
Una segunda tangente conecta la fábula a lo freudiano. La figura es un huevo. ¿Manejamos todos la misma noción sobre el huevo? No lo creo. ¿Una imagen ontogénica? ¿Un estado mental? ¿Un cliché? ¿Una hipótesis poética?
Tal vez sea parte de lo que permanece esquivo, inaccesible o una reconsideración del malentendido inicial. No hay respuesta. Sin embargo, debiéramos prestar atención al carácter lúdico del huevo: su estructura y su aspecto tienen algo importante que decirnos acerca de la pretensión (de pasar de un estado a otro), de la diferencia (entre lo que es y lo que podría ser), del esfuerzo (de dejar de ser), de la incertidumbre: porque no siempre se puede anticipar la dirección en la que el cambio puede ocurrir.
El relato no se preocupó de fijar una escala o un límite a las valoraciones. No buscó enseñar una moral correcta; su objetivo no es didáctico. ¿Es esto lo que hace a su moraleja?
Además, rompe con los estereotipos que hacen presuponer que la gallina es estúpida; el perro fiel; el amo ambicioso y el huevo una propiedad. Se burla de las alegorías tradicionales para demostrar que se puede ser una suma de vicios o de virtudes. Especula sobre la ambigüedad de los convencionalismos universalmente aceptados y expresados a través de la hipocresía y la civilidad.
Será tarea del lector identificar el centro de gravedad de los personajes y ocultar o exponer el propio. Únicamente quien escriba sobre, podrá comprobar si se cumplió con la planificación inicial más allá de los resultados obtenidos. Este libro de Anna Pinotti debe ser leído y experimentado desde todos sus ángulos.
Anna Pinotti nació en 1973 en Montevideo, Uruguay. Actualmente vive en la ciudad de La Plata, Argentina, donde coordina el taller Malverso de producción y experimentación poética. Trabaja como editora en Prueba de galera editoras. Publicó en Poesía: Cataratas (Buenos Aires, Ed Yüguen, 2004), Para el Orden de la Orden (Buenos Aires, Ed La mariposa y la iguana, 2013) y De Mala Gana (Buenos Aires, Ed La mariposa y la iguana, 2015).También publicó el ensayo Qué Cuerpo Para Qué Momento (Buenos Aires, Ed La mariposa y la iguana, 2015), junto a la licenciada María Laura Suarez.