Cómo conocí el Punk

Hay muchas formas en que una banda puede llegar a tu vida. A mi me gustaría contar cómo conocí a los Sex Pistols y con ellos el Punk. Por aquella época yo estudiaba (o intentaba estudiar) filosofía. Me acuerdo de llegar alrededor de las tres de la tarde a mi casa. Muerto de hambre después de clase. De buscar la llave y como siempre haberla perdido. De tocar media hora el timbre sin que nadie me abriera la puerta. De hacerlo aunque eso fuera arriesgarme a la ira de mi viejo que dormía la siesta. Sabiendo que despertarlo era como despertar al gigante de las habichuelas: poco recomendable. Mi casa estaba dividida en “la parte de abajo” (= yo y mis hermanos) y “la parte de arriba” (=mi padre y su esposa). Las puertas de La Parte de Arriba se cerraban de forma inapelable a las 14 igual que la posibilidad de comer.

  De mas está decir que esta política no era popular entre el vulgo de “Los de abajo”. 

  Entonces ese día, yo, hambriento, cansado de cansancio y de la inflexible política domestica trepe el techo de mi casa y entre a la parte de abajo. Busque que comer sin mucha esperanza. Una sola hamburguesa Paty en el freezer. Yo era vegetariano hace un año. No la comí. Recordé, muy oportunamente, que tenia un disco de mp3 en el que estaba Never Mind The Bollocks. Lo había escuchado una vez pero no me había gustado. O no le había “cazado la onda”. 

  Lo puse. Subí el volumen del Aiwa de mi hermano a 31, en claro y abierto desafío. De los parlantes del equipo salieron unos pasos marciales como de un batallón avanzando. Después una distorsión de guitarra como el viento antes de la tormenta, una tremenda descarga de batería y un riff como para conquistar un país. Una molotov sonora. Eso parecía. Era “Holidays in the Sun”. Me sentí reivindicado. Poderoso. Quede imantado al parlante. Lo escuche entero, de un solo tirón en un éxtasis de 38 bellos y bélicos minutos. A pesar y gracias al cockney furioso que escupía Johnny Rotten. En ese momento entendí lo que antes no había entendido, que el punk era música para gente ENOJADA. Después supe que se trataba de personas con razones de bastante más peso que las mías. Pero eso vino mas tarde. Primero estuvo la inmediatez de esa música que no era otra cosa que puro fuego. Una avalancha de energía violenta y hermosa. En las semanas que siguieron escuche muchas veces Never Mind y la sensación que me dejaba era de una electricidad en el cuerpo. Ganas de hacer cosas y ganas de romper cosas (me imaginaba re-malo, à la John Lydon). Después vi documentales, leí aquí y allá y aprendí un poco más. Me acuerdo sobre todo de la película de Don Letts, Punk: Attitude. Supe de ese desagradable personaje que fue Margaret Tatcher, de Reagan, del Neoliberalismo y del Consenso de Washington. 

  Tuve la suerte también de que mi curiosidad me llevara a escuchar The Clash. Empecé por London Calling, puesto que las revistas decían que era su mejor disco. Primero me llegaron unas canciones y otras no. Como al fin y al cabo tengo un oído pochoclero me atrajeron primero los hits: “London Calling”, “Spanish Bombs” y “Train in Vain”. Paulatinamente me fue absorbiendo totalmente y termine de explorarlo del todo hasta que empecé a escucharlo entero todos los días. Syd Barret, mi ídolo y mesías absoluto, yacía olvidado y agraviado. Y no me importaba. La música en este disco era muy distinta a lo que hacían los Pistols y las demás bandas punk de las que había escuchado temas sueltos. Muy variado. Tenía hasta jazz y ¡era un disco de una banda punk! Extendí mis investigaciones a sus primeros discos. No me gusto The Clash, su debut. Me parecía cuadrado y repetitivo. Nada que ver con el huracán que era Never Mind. PERO si me gustaron “White Riot” y “Carrer Oportunities”. Canciones que en uno sola línea resumían todo un momento. Como fotos en un diario. Empecé a escuchar las canciones leyendo las letras y término también gustándome todo el disco. El punk era una radiografía implacable de la sociedad inglesa. El megáfono por el cual la juventud gritaba toda su bilis y su frustración. Pero también sus proyectos y sus alternativas. 

  Copie de alguna parte la idea de que los Pistols eran una fuerza anárquico-nihilista que quería literalmente destruir todo. Y que, en cambio, los Clash eran los “Punkroquers comprometidos”. Lo cual algo de sustento tenía. Mientras los Pistols posaban como anti-cristos y se peleaban con una prensa reaccionaria y cómplice, Joe Strummer y cía eran claros en sus declaraciones. Se proclamaban abiertamente socialistas y criticaban al gobierno de Tatcher. Yo pensaba que sabía pero no tenía ni la menor idea de qué era el socialismo. Así que también me entere de eso. El punk era la prueba de que una banda de rock podía ser realmente peligrosa para el poder. No solo pezones posando y “torciendo la boca y arreglándose el pelito” ¿Una canción de dos minutos podía desatar una revolución? ¿Por qué no? Y si no era así ¿Por qué le habían prohibido a los Pistols tocar en suelo ingles? ¿Por qué habían intentado asesinar a Johnny Rotten? ¿Por qué el stablishment no podía disimular de ninguna manera el asco y el odio que le producían estos “músicos”? El punk, como el rock de los 50, era algo imposible de digerir por el empresariado y su Estado. Había devuelto el rock a la juventud y a la contracultura. 

  “Contracultura” fue otra de las palabras que conocí gracias a ellos. La idea de que no hacía falta estudiar en el conservatorio ni tener 70 teclados como Yes o Génesis para hacer música. La idea de que el rock no era “arte” y eso estaba perfectamente bien. Para ser un punk solo hacía falta ganas de hacer y urgencia por decir. Simple. Escuche muchas bandas después. Conocí y por supuesto me enamoré de los Ramones. En algún momento había pensado que los punks eran pobres imbéciles que odiaban toda la música anterior a ellos y en especial a Pink Floyd. Tremendo error. Gracias al punk descubrí un montón de cosas que iban más allá y tenían todo que ver con la música. Precio más que suficiente para un mediodía sin comer, ¿no?

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