Naturaleza y levedad: «Movimiento de superficie» de Ana María Grandoso

(Ed. en Danza 2020)

Cada libro tiene una puerta de entrada amable que espera para conducirnos al centro del mismo, una mano extendida que nos sujeta. 

Ingresamos a Movimiento de superficie por un epígrafe de Saer: la noción de completitud del mundo necesita de una voz que muestre, que cante la circularidad del mismo y de su tiempo que sobre si se vierte. Esto se completa con Fabio Morabito y el lazo a la noción platónica, reflejo de lo imperfecto, pero que en esa voz cantora encuentra quien dice sobre lo que no existe sino en lo celestial.

El índice divide el libro en dos, la primera: “Ventanas”:

En los primeros versos ya la naturaleza es el elemento que domina y se propaga, se despliega en el avance. El agua, río o mar, mece a la voz y envuelve lo natural que desborda cada parte, se filtra en lo permeable del sentido, gotea hasta volverse cauce que se dispara.

El pulso vital está atravesado (marcado) por el verde, el latido de la fauna y el agua. Esta triada no solo es presente, sino también nostalgia y añoranza, primeros años a lo lejos:

¿Por qué veo la misma imagen de infancia
Cuando ladran los perros a la noche?

La casa es espacio en movimiento, cada elemento que la compone cobra vida en la contemplación:

Sobre el vidrio de una mesa de jardín
		jardín de la soledad bien administrada
pasan nubes, se unen
pájaros interrumpen en la visión. 

Nos dice:

La casa flota
Río arriba o río abajo.

Cormoranes, gatos, palomas, horneros, abejorros, mariposas, hormigas y abejas van conformando un inventario del entorno. Sauces, campanillas y almendros lo complementan. Sobre cada elemento vivo: llueve; el agua es un manto inaprensible que no puede detenerse, como el tiempo.

Esta lluvia finísima
deja lo vivo y lo inerme igualado.

El tiempo es el tiempo de la contemplación ante la finitud, es lento ante la reflexión.

Siento el latido frágil
ese latido, cada segundo menos audible
parada en la espesura verde.

La dirección es una, inexorable.

Voy a encontrarme con lo frágil
con la suavidad cálida de la seda.

Los cruces no son ajenos, se dialoga con Irene Gruss, William Faulkner y Nina Simone. 

Ingresamos a la segunda parte, “Sin gravedad”. Ahora todo es más leve aún, la vida misma.

Acá el poema todo lo abarca y lo crea:

El poema, artefacto pura ficción
navega sin gravedad.

El límite es acaso lo material.

Cuando nombra
lo que le rodea
no inventa nada
las lunas y la luz
los pájaros, plantas y flores.

El círculo se cerrará con la muerte de la voz y dará inicio así a un nuevo trayecto en otro decir, en otros ojos que la naturaleza atemporal contemplará. 

Libro que nos lleva por dos instancias, profundas ambas y consecutivas; por un lado el recorte de las ventanas, paisaje en suspenso, vivo, que se contempla magnífico; inmediatamente después, la vida y su levedad. Ana María nos llama a un recorrido de introspección madura que toma forma de agua, como dijimos anteriormente, se filtra.


Ana María Grandoso nació en Carmen de Patagones, provincia de Buenos Aires, en 1946. Publicó: De la barda al llano, una agenda cultural de la comarca Viedma-Patagones, entre 2007 y 2011. Publicó los siguientes libros: Cinco poetas. Carmen de Patagones (Ediciones El Camarote, 2009, obra colectiva), Vamos al baile y verás (novela corta, Ediciones Ruinas Circulares, 2014) y La naturaleza de las horas (poesía, Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2018)


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