Casa abierta No tengo rejas ni portales. Soy una casa abierta que recibe la inundación y el verano como si fueran un mismo rostro. Yo me entrego al porvenir de las horas, aunque me asuste el invierno desalmado. Yo soy un poco vida porque he amado, y también soy muerte porque entiendo de renuncias. Continuidad Yo haré con vestigios del sol un puñado de flores amarillas para salvarnos del tiempo. Permanencia Con la distancia asumida hay un reloj que ya no ordena hay un adiós que se suicida antes de arder. Ciclos Del ciclo reiterado nadie escapa. Lo que hoy es entusiasmo, hojas frescas en los bolsillos, mañana se volverá sequía entre las manos. Y los inviernos brotarán sobre el tejado. De fotos viejas se cubrirá la alfombra. Será la gracia de lo vivido más fuerte que la ausencia. Toda la noche los ojos mirando el cielo: quizá la piadosa lluvia moje de nuevo los sembrados. Desmonte La corteza de este árbol conoce todas las versiones de las mujeres que fui. Incendios Quien sabe de heridas comprenderá: Cada incendio A su debido tiempo. Familia La diferencia también puede ser un privilegio: antes de condenar a las ovejas negras del mundo debimos preguntarnos cómo eran sus rebaños. Monte herido Han derribado el monte. De luces y muros está hecho el paisaje. Vivimos a un metro del pasado y a dos de lo que vendrá mañana: siempre fuimos atemporales. Muy cerca el impacto del filo sobre el leño resuena en la noche entre ladridos y el canto de las últimas aves. Mi padre carga un puñado de leña y se detiene por un instante; los dos miramos lo mismo, en un diálogo mudo de esos que sostienen los grandes amigos: allá lejos las luces seguirán estallando, mientras acá las luciérnagas nos alumbran todavía. Desde lejos el asfalto amenaza con cubrirnos: que venga, las raíces pueden más que el cemento. Guarida de luciérnagas En el campo bastaba con una garúa para que las luces se apagaran. Las noches de lluvia eran un baile de siluetas. Madre renegaba por las letanías de lo incivilizado. Padre miraba primero a la siembra, después al cielo y en silencio agradecía a un dios que siempre supo escucharlo. Yo era una guarida donde todas las luciérnagas del mundo querían posarse. Hoy han pasado tantos años; mi hogar es un edificio en medio del cemento. La lluvia besa las calles que camino: pero en la ciudad la lluvia y el cemento no se funden, nadie agradece, todos se quejan y yo soy ahora una guarida sin luciérnagas: qué extraña fortuna saberme lejos de la noche inmensa. Antes me entregaba al temblor: hoy la sombra tan sólo es la cara más joven que tiene el miedo. Garúa ¿Para qué tender nuestro deseo al sol cuando la garúa insiste en caer? Garúa 2 Una advertencia para días hostiles: del lujo de esta ilusión no has de volver indemne. Viaje Mis cartografías se trazan con el pulso del deseo.