Poemas de Úrsula Alonso

Casa abierta


No tengo rejas ni portales.
Soy 
una casa abierta
 que recibe 
la inundación y el verano 
como si fueran
 un mismo rostro. 
Yo me entrego
 al porvenir 
de las horas,
 aunque me asuste
 el invierno desalmado.
 Yo soy un poco vida
 porque he amado,
 y también soy muerte
 porque entiendo
 de renuncias.






Continuidad 


Yo haré con vestigios del sol
un puñado de flores amarillas
para salvarnos del tiempo.






Permanencia 

Con la distancia asumida
 hay un reloj que ya no ordena
 hay un adiós que se suicida antes de arder.





Ciclos

Del ciclo reiterado 
nadie escapa.
Lo que hoy es entusiasmo, 
hojas frescas en los bolsillos,
mañana se volverá
sequía entre las manos.
Y los inviernos 
brotarán sobre el tejado.
De fotos viejas 
se cubrirá la alfombra.
Será la gracia de lo vivido 
más fuerte que la ausencia. 
Toda la noche
 los ojos mirando el cielo: 
quizá 
la piadosa lluvia 
moje de nuevo 
los sembrados.




 

Desmonte 

La corteza 
de este árbol conoce 
todas las versiones 
de las mujeres que fui.





Incendios


Quien sabe de heridas comprenderá:
Cada incendio 
A su debido tiempo.





Familia 


La diferencia 
también puede 
ser un privilegio: 
antes de condenar
a las ovejas negras del mundo 
debimos preguntarnos
cómo eran sus rebaños.






Monte herido 

Han derribado el monte. 
De luces y muros
 está hecho el paisaje. 
Vivimos a un metro del pasado
 y a dos  de lo que  vendrá mañana: 
siempre fuimos atemporales.  
Muy cerca
 el impacto del filo sobre el leño
 resuena en la noche 
entre ladridos 
y el canto 
de las últimas aves.
 Mi padre carga 
un puñado de leña  
y se detiene por un instante;
 los dos miramos lo mismo, 
 en un diálogo mudo  
de esos que sostienen
 los grandes amigos:
allá lejos
  las luces  seguirán estallando,
mientras acá 
las luciérnagas 
nos alumbran todavía. 
Desde lejos
 el asfalto
amenaza  con cubrirnos: 
que venga,
 las raíces 
pueden más que el cemento.





Guarida de luciérnagas 

En el campo bastaba
con una garúa
para que las luces
se apagaran.
Las noches de lluvia
eran un baile de siluetas.
Madre renegaba
por las letanías
de lo incivilizado.
Padre miraba
primero a la siembra,
después al cielo
y en silencio agradecía
a un dios
que siempre supo escucharlo.
Yo era una guarida
donde todas las luciérnagas del mundo
querían posarse.
Hoy han pasado
tantos años;
mi hogar es un edificio
en medio del cemento.
La lluvia besa
las calles que camino:
pero en la ciudad
la lluvia y el cemento
no se funden,
nadie agradece,
todos se quejan
y yo soy ahora
una guarida
sin luciérnagas:
qué extraña fortuna
saberme lejos
de la noche inmensa.
Antes me entregaba al temblor:
hoy la sombra
tan sólo es
la cara más joven
que tiene el miedo.






Garúa 

¿Para qué tender 
nuestro deseo al sol
cuando la garúa
 insiste en caer?





Garúa 2

Una advertencia
para días hostiles:
del lujo
de esta ilusión
no has de volver indemne.





Viaje

Mis cartografías se trazan
con el pulso
del deseo.


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