Poesía: Metáfora y Resistencia X – Cuando la memoria tiene color verde

Un poema infantil transita, desde la mitad del siglo XX, la historia argentina y sigue resonando en muchos corazones a pesar de las tragedias.

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Pimpollos

Pienso en Rosebud en llamas, en el Rosebud de Charles Foster Kane que Orson Welles nos entregó para estrujarnos el alma, con su genial metáfora de la infancia perdida, que es uno de los combustibles creadores del arte, en distintos tiempos y geografías.

Pienso en el oso verde que tuve de niño, un oso de plástico rígido que un día no encontré más. Es muy posible que mi madre lo haya regalado, porque en una casa con muchos niños suelen regalarse las ropitas que van quedando chicas y los juguetes abandonados que van siendo reemplazados por otros nuevos.

Mi primer reencuentro con el oso verde, que había olvidado ya para entonces, fue en un breve poema, en un libro de lectura de mi hermano, creo que de segundo grado. Hay una discusión en torno al libro donde se encuentra si está en el libro Mi amigo Gregorio (que era un tigre anaranjado), o en Acuarelas, o en el libro Campanitas, pero fue en ese libro de lecturas de mi hermano que leí el poema que me trajo a la memoria mi oso verde de plástico que ya no estaba en casa. Aún hoy puedo recitar de memoria aquel poemita breve, al que dediqué uno de mis textos en mi libro Quedarse con la luz.

Tengo un oso verde
Que siempre se pierde
Yo le hago chas-chas
Y él se pierde más.

Oso que te pierdes
¿A dónde te vas?
A un país muy verde
Donde no hay chas-chas.

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Desapariciones, apariciones y pariciones

El autor de ese poema fue Juan Gelman. El oso verde aparentemente fue un juguete de su hijo Marcelo Ariel.

A fines de agosto del 76, fueron secuestrados por los militares de la dictadura sus hijos Nora Eva (19 años) y Marcelo Ariel (20 años), junto a su nuera María Claudia Irureta Goyena (19 años), quien se encontraba embarazada de siete meses. Su hijo, su hija y su nuera desaparecieron junto a su nieta nacida en cautiverio.

El poeta trajo al oso verde en la obra de teatro Junta Luz, dedicada a las madres de Plaza de Mayo, en 1982, donde -como parte de la escenografía- aparece un enorme oso verde de paño y una madre canta el poema infantil.

En 1990 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Marcelo Gelman, encontrados en un río de San Fernando (Gran Buenos Aires), dentro de un tambor de grasa lleno de cemento, junto a otros siete compañeros. Los forenses dijeron que le habían pegado un tiro en la nuca a menos de 50 centímetros.

En 2000, en Uruguay, Gelman encontró a su nieta, el poeta luego de años de intensa búsqueda pudo reunirse con ella y así Macarena Gelman Garcia nació por segunda vez.

Juan Gelman en su libro de 2001, Valer la pena, en el poema “Regresos”, regresa al oso verde:

Así que has vuelto.
Como si hubiera pasado nada.
Como si el campo de concentración, no.
Como si hace 23 años
que no escucho tu voz ni te veo.
Han vuelto el oso verde, tu
sobretodo larguísimo y yo
padre de entonces.
Hemos vuelto a tu hijar incesante
en estos hierros que nunca terminan.
¿Ya nunca cesarán?
Ya nunca cesarás de cesar.
Vuelves y vuelves
y te tengo que explicar que estás muerto.

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Un osito verde para un niño mendocino

Una mañana el periodista mendocino Carlos Polimeni, contó más o menos así, el siguiente recuerdo, en su programa de Radio del Plata hace un par de años.

En 1958 el poeta visitó Mendoza, en 1956 había publicado su primer libro, Violín y otras cuestiones, con prólogo de Raúl González Tuñon.

El escritor trabajaba en la coordinación de grupos universitarios vinculados a lo que entonces se llamaba el Reformismo, eran muchos los estudiantes en plena dictadura de Aramburu que se movilizaban para que retornase la democracia, el peronismo estaba proscripto.

Aquel escritor era buscado por “la ley” de esa dictadura, entonces convivía con los estudiantes porque no podía alojarse en hoteles. El papá del periodista Carlos Polimeni por esos días era el secretario del centro de estudiantes de una de las facultades de la Universidad Nacional de Cuyo, su mamá ya era profesora de biología. Gelman se alojó, aquella vez, en la casa de los Polimeni, donde Carlos era un bebe de apenas meses.

Durante 10 días el escritor convivió con la familia mendocina, mientras realizaba sus tareas de vinculación con los grupos universitarios.

Cuando el escritor debía regresar a Buenos Aires, como andaba con lo justo y para agradecer por la cama, la comida y la hospitalidad; el último día de la visita antes de despedirse, sacó de una carpeta una hoja con un breve escrito como regalo para el bebe.

Cuando Carlos cumplió los 10 años, la madre le entregó el poema escrito a mano y le dijo que en ese momento no entendería el valor que tiene pero que con el tiempo si, le comentó que había sido escrito por alguien importante, el niño le respondió que mejor lo guardase ella. Ese año la mamá de Carlos murió.

En los 70 el poema se convertiría en una canción cantada por los chicos en los jardines de infantes.

Ahora el poema, escrito por puño y letra de Juan Gelman, está colgado en un lindo cuadrito en la casa del periodista Carlos Polimeni, la hoja tiene el color amarillo que el tiempo deja. Pero sigue estando fresco en la memoria, como un atisbo luminoso de su infancia o de infancias innumerables que como yo musitan de vez en cuando un poema de un oso verde que se pierde.

De puño y letra de Juan Gelman para Carlos Federico Polimeni.

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La Memoria

Hace poco en un podcast escuchaba una entrevista a Liliana Heker, una de sus respuestas me quedó resonando una y otra vez, porque coincidía con una de mis certezas:

“Los escritores guardamos la memoria”

Si, el arte cuando es realmente creador de sentido con todo el desgarro de su honestidad, aunque duela o cure, siempre, siempre guarda la memoria.

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