Incluso en la penúltima ecografía fui hombre. Una mano entre las piernas daba nacimiento al falocentrismo en la cabeza de mis padres, mientras yo me burlaba desde un mundo líquido con un cuerpo pez. Hasta el último mes contado en el calendario de la heladera que les regalaron en una pizzería fui esa bola de pelos que el gato vomitaba en el balcón, pero ellos me cantaron canciones de cuna y festejaron los dientes, los pasos, las palabras que no son palabras y las comidas en dedos que manchan la pared. El problema fue pedirle a la Virgen de Catamarca sin revisar sus lenguas hastiadas de ellos, el problema se ha ido de casa y no quiero volver.
El día que me preguntaron en la entrevista del Banco a qué aspiraba y les dije que a robar un Banco, me mandaron a lista negra de los empleos y me convertí en paisana de ciudad. La diferencia es que no creo en ningún santo, aunque le rezo a un imán que sostiene las facturas impagas con las piernas abiertas para que algo llegue y pronto llegará el verano y tendré que ordenar este cuerpo ballena y salir de la bañera donde juego con mi cola frente a un entrenador ausente para recibir a la Madre que ya no está con el Padre y seguramente después al Padre que está con otra Madre. Me sentaré en la silla eléctrica a recibir el castigo que corresponde por ser esto y no lo otro y pensaré en las piernas de mi vecino que cuelgan del balcón los domingos, en sus piernas de hombre y en sus pies coronados con taco aguja y bordó de pedicura reciente. Quizás llore cuando Madre lo haga y sostenga las manos pirámides mientras ella desliza las diez cuentas en su mano cada vez más rápido. Para llorar, recuerdo el día que chocamos contra la pared y él se besó con ella frente a mis ojos mientras festejaban por saberse vivos y yo era un un torso de camilla y un respirador con corazón de estetoscopio. No sé si podré olvidar que se prometieron amor eterno mientras moría. Presiono mis manos en la cruz y mi vecino gime golpeando la pared con la cama. Estrellan en mi piel los golpes de corona de espinas y aprieto para ponerme bien los clavos esta vez, solo quiero que José y Nicodemo me bajen en un pene de tachas metálicas que entra y sale con láminas de mi adentro. Así que anda, come, bébeme y sé feliz que Dios aprueba esto. Entonces él pide más y yo se lo doy con mi oreja en un vaso sobre la pared, como una vez me enseñó mi abuela mientras escuchaba cómo su marido bailaba con la vecina y la llamaba suya, su mujer. Yo le abro mis piernas y eyaculo los ríos que quiere beber y Madre me sacude el cuerpo en grito de socorro y viernes santo y Lana del Rey me lame los oídos en Ride y dame más dame más más más. Madre grita por el balcón a Padre en un teléfono que está harta y que no aguantará hasta el tercer día mientras mi mano se agita dentro de la calza que huele a feria y a nuevo y soy río y eyaculo en puntas de bailarina y mano golpeando el azulejo transpirado y la pared se desintegra y somos tres moviendo la cama y rompiendo el mundo. En el grito de vocales estiradas en mamá, un temblor de paredes vaginales aleja mi alma de las ninfas que exhaustas dejan de cantar. En el suspiro del suelo, Padre ha llegado y huele a miedo, pero solo abraza mi cuerpo de animal terrenal.
Es domingo y volvemos a comer carne. Padre habla de lo difícil que es sostener la relación con Madre y que él sabe lo que yo siento, él era así de joven, mientras da vuelta la molleja en la parrilla eléctrica de mi balcón. Tenés que tenerla contenta, sino demanda, Madre es así, me repite, y corta un pedazo de morcilla en la tabla de madera. Los chorizos que vende el de acá a la vuelta son buenos, caros, pero buenos, hacé la ensalada, nena. Yo no sé hablar con Él, pero aprendí su receta de chimichurri y corto la lechuga como le gusta, aceite
de oliva y un poco de sal. En el tomate lloro, me cuesta un poco más respirar. No sé si estoy a salvo, mi Madre ha dejado un cartel en el azulejo de la cocina con marcador negro de pizarra que dice: no te olvidés que este enchufe hace cortocircuito. También llenó de carteles los frascos de orina en donde guardo los alimentos pequeños: perejil, pasas, caldo. Yo escribo debajo de su firma: inventarse Madres. Si pudiera sería alta rubia y tono 6.1 de cabello, sería rápida y vestiría de negro, odiaría el cerdo, las comidas picantes y no comería gluten, pero Padre me llama y yo lloro. No importa, dice cuando vuelvo, algún día vas a aprender a preparar bien el chimichurri. Quiero romperle la botella en la cabeza y tirarte el asado al piso. Quiero gritarle que lo odio y esta vez sea la vecina detrás de la pared la presente. Quiero agarrarlo de la camisa cuando se esté yendo para pedirle por favor que no me deje, pero tocan la puerta y yo no lloro. Es Él. Tiene pintalabios secos en la comisura de los labios y se ha dormido varios días con los ojos delineados en egipcio. No lleva tacos, pero debajo del cuello de la camisa un collar negro, ajustado; huele a naftalina y café molido, huele a barniz y quitaesmalte. Pide agua porque se la cortaron y yo lo miro desde el balcón mientras Padre le dice cosas sin sentido y lo invita a comer asado. Transpiro en las palabras y estoy por morir. Acepta y camina hacia mí. En el beso me agarra el rostro con sus dos manos y pasa su lengua áspera por mi cachete. Entre mis dedos suelta una cinta negra y yo ya estoy en el baño estrangulando mis muslos con el cuero firme y sujetando los cintos. Voy a morir. Se ríen en olor a chorizo y papa con huevo. Se ríen fuerte y yo castigo mis costillas por ser esto y no lo otro. Ajusto más y tiro el jabón al piso cuando canto. Soy la ballena de este circo y Él me domestica y Él me da de comer. Por debajo de la mesa me indaga la entrepierna con sus dedos en movimientos de torre de ajedrez y yo le agarro fuerte la mano a Padre y le pido perdón por todos los pecados. Él aprieta mi carne y con su cigarrillo me marca suya. Perdóname, Señor. Y ellos se besan mientras muero y yo le pido al camillero que hagamos el amor en el baño de la habitación 203 que hoy la desocuparon mientras me sujeta los muslos y me sube y me baja por la pared pidiendo que no nos encuentren porque lo echan y yo miro ese techo roto de humedad mientras ellos se besan y le pido al médico que hagamos el amor en esta cama que nadie vendrá a verme ya y mete su veneno dentro mío y me quiere suya me quiere para siempre suya que no me va a dar el alta que me quiere sucia. Es el beso de la enfermera nueva el que me conquista y meto mis manos en sus piernas y la conquisto con la puerta abierta mientras se juran amor y toca el aseo a este torso y me limpia con sus salivas el clítoris volcán que como Tierra gira por el Sol y yo me agarro fuerte de las sábanas blancas y le tomo más fuerte la mano a Padre y él se levanta en mi mirada rota y corre todo de la mesa desperado y toco ese enchufe y Padre me sacude en gritos mientros veo en el balcón de abajo los dedos tornasol, Padre intenta y las piernas lobo y un tajo de vestido giran, Padre llora y salta la térmica mientras veo colgar los pies sagrados y el cuerpo perfecto. Padre perdónalos porque no saben lo que hacen.
María José Bovi, Meri Bofi, Aché Bovi, Ma Jobo y tantas otras caras de cumbia y pañuelos verdes, violetas, naranjas, disidentes y orgullosos. 29 años: veintuno de jujeña, uno de salteña y siete de tucumana. Estudiante de Letras, integrante del Proyecto PIUNT «Teatralidades de la Memoria» y becaria. Un foco: la maternidad desde lo queer y los cuerpos extraños. Codirectora de Monoambiente Editorial y editora constituida en espacios colectivos y autogestionados. Un hijo y amores de varias naturalezas. Un libro y otros cuentos.
*Ilustraciones Lourdes Dakak (@poesia.corporal.yoga) *Fotos @jimont *Cuento primicia que pronto verá las luces en un libro digital