Reseña a Kohl, de Gabriela Duguech

Kohl es el título del primer poemario de Gabriela Duguech publicado recientemente, debut escritural que abre preguntas al lector desde ese significante inicial cuyos significados desconocemos.

No hace falta ir muy lejos para despejar la incógnita: en la contratapa del libro Duguech nos explica que se trata de un polvo oftalmológico y cosmético de Medio Oriente, Egipto y sur de Asia que se usaba también para evitar el mal de ojo en los niños recién nacidos. Otro significado, esta vez más subjetivo, construyen su abuela paterna y su madre en torno a una disputa familiar: seguir o no seguir la tradición libanesa del ritual con la niña recién llegada al mundo que fue Gabriela. “Me gusta pensar que el kohl que no llevo en mis ojos se metamorfoseó en la tinta de mi escritura con la que escribo poesía,” concluye ella. Así nacen estos poemas, protegidos con el ritual impregnado de una materialidad capaz de ahuyentar gualichos y de destacar la mirada.

La sutileza de tal producción de sentidos puede rastrearse a lo largo de los sesenta y un poemas que componen el libro, desde “Está todo ahí” (“Está todo ahí/ y a la vez no está/ no está si lo busco/ para mí/ está si lo busco en mí”), en el que la búsqueda introspectiva hace emerger el sentido, hasta “Música” (“Esas semillas de felicidad/ fecundaron en mí/ a pesar de todo.”), pasando por “Kohl” (“Abuela no pongas kohl/ en mis ojos mamá no querrá/ sé que lo hacés para protegerme/ pero ella quiere poner sus propias marcas/ otra seré/ no te preocupes,/ otra seré), en el que la voz poética apela a la alteridad para tranquilizar a la abuela. Los poemas que se despliegan ante la vista de las, les y los lectores son delicadas mariposas que aletean y a su paso esparcen el polvo con el que están escritos. Finas reflexiones de sonoros soportes van construyendo un recorrido posible: las palabras ejercen acciones sobre la poeta que la preparan para la escritura. Ese estadio preparatorio la diseñan para apropiarse de la palabra: “La palabra. Se dejó acunar/ sorprender/ acariciar/ pasmar/ fertilizar/ por ella/ luego la hizo suya/ y comenzó a escribir.” El silencio es parte de ese tránsito, el silencio también habla, dice la voz poética, e invita “a desplegar la palabra”, espacio de lo imposible que se materializa en la poesía. Así, escribir, tanto como amar, caminar, hablar, bailar, es atreverse a escribir, a amar, a caminar, a hablar, a bailar. 

En ese contexto de intimismo, en el que se suceden piezas sobre el padre o dedicadas al padre o a la hija, poemas que labran el espacio que la voz poética habita, con su sucesión de estaciones, su clima (“subtropical con invierno seco”, es el epígrafe de “Regar”, una pequeña gloria), los pirpintos que estallan “rumbo a Mendoza y la Pampa austral”, irrumpen los que tratan temas sociales, como “Infierno”, en el que la voz poética trata los femicidios de Abigaíl Luna, Abigaíl Riquelme y Paola Tacacho y les dedica, in memoriam, palabras descarnadas que describen nuestro infierno. O el poema que otro libro, Retroperspectivas, de Diego Reynaga, inspiró, “Mi madre no se fue”, en el que un niño reconstruye el camino subjetivo que tuvo que transitar tras la desaparición de su madre a manos de la última dictadura militar. O el de la repercusión de los atentados en las ramblas de Barcelona, ciudad en la que la poeta vivió y a la que vuelve a pesar del tiempo y de la distancia, desgarrada por los atentados. En esta misma línea se inscribe “Beirut”, escrito a raíz de un estallido en su puerto y del millón y medio de sirios refugiados en el Líbano, que traza una ruta solidaria que se remonta a sus ancestros. Son poemas en que la muerte contrasta con el espacio vital de los poemas, en los que las palabras no solo “se bailan, se pintan” sino que también “se martillan, se arrojan”.

Y luego están las pequeñas piezas de orfebrería poética, tan sutiles que pareciera que al leerlas se desintegran en el aire, que apelan siempre al latido vital que las anima. Me refiero a esa joya que es “Pirouette”: “Enderezo la espalda/ buscando alinear mi eje/ con el de la maltrecha/ madre tierra/ miro al frente y pliego/ mis piernas/ no demasiado/ sólo para impulsar/ confío en el vuelo/ breve y certero./ Aterrizando suave/ he vuelto,/ pequeño viaje/ maravilloso.” O a “Pájaros de papel”, que “con su memoria de árbol” son testigos de los vaivenes escriturarios de la poeta. Y qué decir de “Septiembre”, “poema a partir de un lapsus”, que en cinco signos-eslabones evoca a todo un mundo primaveral en el que estallan los cinco sentidos sin siquiera nombrarlos: “Ríete/ ríe siempre/ es septiembre.”

Gabriela Duguech, psicóloga, bailarina, docente en ambas disciplinas, ha encontrado en la escritura un espacio de creatividad en el que explora su voz. Sus competencias para indagar en lo humano y su experticia en las diversas técnicas para la expresión y el cuidado del cuerpo traducen semióticamente al lenguaje poético saberes que esperaban a alguien que los dijera, como grafica ese maravilloso viaje de la pirueta en el suelo. Una voz que se perfila translúcida, etérea, firme y cotidiana, que seguramente encontrará más cosas que decir mientras nosotros disfrutamos de su primer poemario. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Una idea sobre “Reseña a Kohl, de Gabriela Duguech”