Lengua geográfica, poemario de Natalia Salvador que integra La Tejedora, colección de literatura de La Patagonia, fue publicado por la Editorial de la UNRN.
Este libro se abre en cinco ventanas que desdibujan sus fronteras entre una y otra, ellas son: Recién amanecida, Demasiada verdad, En la punta de la lengua, La lengua impura y Palimpsesto; antes del fin dos momentos: primero una voz en primera persona que nos habla en Quién teje?, y, segundo, una mirada a modo de epílogo de Alberto G. Fritz.
Hay un camino que se marca ya desde el inicio: “Escribo con lo que sé, con lo que creo que sé, con lo que no sé que sé, con lo que no sé”, epígrafe de Cristina Rivera Garza. De qué escribimos, sobre qué, dónde está la materia, nos preguntamos y la respuesta nos desborda; es la mirada amplia del entorno, de lo mínimo, fugaz e inaprensible sino solo en la memoria y en el lenguaje.
La voz poética recorre momentos de lo familiar, expone sus lazos y deja la puerta entreabierta del hogar, donde la vida transcurre. En el espacio la naturaleza desborda: clavel del aire, trébol, llantén, gramilla, diente de león, mariposas y zorzales. Allí la dialéctica de lo bello y lo trágico danza entre lo salvaje y lo humano:
Un día vi una paloma desencajada cerca del pino movía el cuello adelante y atrás adelante y atrás caminaba en círculos alrededor de un huevo ya sin forma de huevo caminaba y decía cosas que no pude entender.
Enunciación que busca dar forma, desde la lengua, al mundo, un escenario de contradicciones en el que la vida deslumbra en ese detalle que el testigo captura. Lo simple y devastador, la vida:
El niño salta corre el hombre acomoda las cosas Le explica como poner la carnada tirar la caña Sentados esperan conversan pescan nada se acercan a la orilla tiran piedras al mar (…)
Y como la vida, la muerte, páramo de desconcierto donde nos cuestionamos; nos dice Natalia:
Un golpe seco me despierta hay un pájaro deshecho en el suelo lloro qué pasó duele no recordar si murió antes o después que vos.
Hay un recorrido vital, bitácora de ese sujeto imaginario que nos va moldeando una historia en escenas; fragmento, recorte, acumulación de ventana efímera:
Todo en aquella noche Tengo El olor de los jardines del zanjón Luces opacas Estrellas como lamparitas que cuelgan quién sabe de qué Las piedras hacen Tropezar Pero tu mano Tu mano tiene el reflejo exacto que no me deja caer
Encontramos también una mirada nostálgica, adulta, una inocencia que se ha resquebrajado y que deja ver desde lo lúdico el acontecer, a veces, despiadado:
En mi barrio violadores y perros niñas niños en bicicleta abuelas que toman mate mientras los almendros pierden sus hojas pasan camionetas el viento y cada quien hacen lo suyo
Natalia Salvador nos sumerge en un mundo particular que hacemos propio, somos quien dice y somos quien ve, agazapados, a la captura. Hay un camino que se transita, como lo manifiesta de manera explícita: lengua geográfica, somos nuestra cartografía y la abarcamos en el decir, en la palabra, en el verso. Film minimalista de a ratos, que nos invita a detenernos. Casa y jardín; afecto y tiempo.
Voy a abrir puertas y ventanas que el viento se lleve la tristeza
Natalia Salvador nació en Comodoro Rivadavia. Es docente, narradora oral y titiritera. Realizó en La Habana, Cuba, un diplomado de Teatro y Títeres para Niños y Adolescentes. Presentó espectáculos de cuentos y títeres en bibliotecas, colegios y centros culturales de Argentina, Chile, Colombia, Cuba y México. Investiga sobre teatro y narración oral, varios de sus textos están publicados en distintas compilaciones. Integra desde el 2008 el colectivo artístico Peces del Desierto, «poesía nómade, agüita para tanta sed». Publicó algunos poemas en la plaqueta Vuelo de Pez en 2011 y en la plaqueta de Peces del Desierto en 2017.
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